martes, 23 de diciembre de 2014

Entre Guisillos

Ilustración de Sir Quentin Blake
Mientras enredaba entre perolos esta mañana intentando aclararme si a los higaditos esta vez les iba a echar brandy u oporto y calculaba si aún quedaría algún tarro de mermelada caserita de fresa para acompañar aquel manjar, aparecían ante mi vista diminutas estrellitas de color rojo y blanco por la zona de la mepamsa que alternaban con otras de oro, incienso y mirra cerca del microondas, al tiempo que tres camellos con las alforjas llenas caminaban en fila india por la encimera impasibles y decididos a saltar por encima de unas zanahorias recién peladas para abrevar en el fregadero derecho, donde había dejado blanqueándose unos champiñones en agua de limón. Me recompuse dentro del delantal, con las dos manos me atusé el pelo y lo coloqué detrás de las orejas, cogí la varita que tenía colgada detrás de la puerta entre las pinzas de la ropa y la bolsa de pan duro -toqué, había para una buena sopa-  y elevándola hacia el azul del techo, conjuré: ¡¡ven aquí, Roald Dahl!!

Mother Christmas
(Un poema de Roald Dahl)

"Where art thou, Mother Christmas?
I only wish I knew
Why Father should get all the praise
And no one mentions you.

I'll bet you buy the presents
And wrap them large and small
While all the time that rotten swine
Pretends he's done it all.

So Hail To Mother Christmas
Who shoulders all the work!
And down with Father Christmas,
That unmitigated jerk!

Gracias, Roald Dahl. Se nos verá el plumero, pero tenemos un par de huevos.

Os deseo a todos una Feliz Navidad y esta entrada se la dedico, de forma especial, a mi amiga Mariola.

viernes, 12 de diciembre de 2014

ESO es poesía

Sostenía la hoja de papel en la mano de forma ostensible. Aquello era una novedad así que no dije nada.  Mientras leyera con tanto interés daría un respiro a los compañeros sentados delante y detrás de él, y a mí también, dicho sea de paso. Al cabo de un rato me había olvidado de aquel papel pero volvió a adquirir protagonismo justo en la guardia que tuve con ellos en la hora siguiente. Les di el trabajo que tenían que hacer y  saqué un taco de exámenes que había llevado para corregir. Acababa de empezar cuando Alejandro se acercó a mí. Alejandro es un chico inquieto, atento a lo que pasa a su alrededor y en el meollo de los asuntos cuando los hay y, ese día, lo había.  Es resultón, tiene unos espabilados ojos verdes que miran la vida con curiosidad y una raya haciendo eses le divide el pelo mojado y repeinado en dos partes desiguales. Las pecas dicen todo lo demás.

Como decía, se acercó a mí mostrándome algo que llevaba en la mano. ¿Quieres leerlo?, lo he escrito yo. Lo cogí y, mientras lo desdoblaba  -el papel que leía su compañero en clase, me dije- todas las miradas se dirigieron hacia mí. Comencé a leer. Léelo en alto, dijo alguien, lee un poco. Dejé el papel boca abajo encima de la mesa y seguí con mis correcciones. No había mirado ni un par de ejercicios cuando volví a coger el papel. ¿De verdad lo has escrito tú? Sí, claro. ¿Desde cuándo escribes? Desde hace mucho. Volví  a soltar el papel y a enfrascarme en el siguiente ejercicio. Al momento volví a la carga. Tengo que reconocer, dije, que si has sido capaz de escribir este texto, igual podrías hacer poesía sobre el amarillo de los limones o sobre las conchas de los caracoles. Me gusta la poesía, dijo. Miré de nuevo aquel papel: ¿quién es Dulcinea? No sé, son cosas que me suenan. ¿Y Martín Artajo? Yo qué sé, me sale así, de dentro. Carcajada. Por eso aprecio lo que has escrito, porque te sale de dentro. Carcajada. Ve a Conserjería a que te hagan una copia, que lo quiero leer luego más tranquilamente. Y como veo que tienes talento te encargo que escribas otra poesía y me la enseñes.

Al día siguiente al pasar por su lado le pregunté ¿cómo va esa inspiración, has escrito ya alguna otra poesía? No, todavía no, lleva tiempo. Pues ya puedes espabilar porque el talento hay que cultivarlo, si no, se pierde. ¿Y te llevaste la poesía a tu casa?, me preguntó.  Sí, claro, no huele. Risas.

Yo en principio me lo creo todo, pero Sangoogle sabe mucho, y Alejandro va a ser poeta porque lo digo yo.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Old Hag Syndrome

The Nightmare. Henry Fuseli (1781)
Estábamos en un sitio alejado de la urbe, rodeado de montículos pelados, feos a la vista. La situación recordaba a aquella historia de Agatha Christie en que un grupo de personas se encuentran en un lugar aislado, desconectado del resto del mundo. La tarde en que llegamos el silencioso lugar se fue impregnando de un bullicio alegre y chisporroteante a medida que los nuevos visitantes, en su mayoría adolescentes en ciernes, se iban incorporando a aquel espacio y ocupaban las diferentes estancias. Durante días el paisaje sería el mismo y, sin tardar mucho,  se irían definiendo las relaciones entre las partes puesto que el recorrido era corto en los alrededores. En la planta baja, unas mesas frente a un ventanal servirían como lugar de trabajo o punto de encuentro según la hora del día. El paso por allí era inevitable, ya se bajara por el ala izquierda o derecha de las escaleras.

Durante los primeros días, Ernesto pasaba ante nosotros sin atreverse a unirse al grupo, como si necesitara una señal que le autorizara a hacerlo. Era un tipo serio, responsable y preocupado por que no hubiera contratiempos desagradables. Aquel día volvía de hacer deporte, llevaba una botella de agua en la mano y parecía dispuesto a darse un respiro. Con la excusa de comentarnos cualquier cosa tomó asiento y se unió a nuestra conversación. Después de dos meses y medio encerrado entre aquellas paredes con la única compañía de las personas que trabajaban a su cargo -ya compañeros y amigos- era comprensible que le apeteciera intercambiar impresiones con unos recién llegados a los que no conocía de nada. Ya contaba los días para que terminara aquel enclaustramiento que le absorbía su tiempo casi por completo. Los sábados, cuando podía, se marchaba lejos para recuperar la energía perdida durante la semana y no volvía hasta la tarde del domingo en que reanudaba su trabajo. Y en determinado momento nos habló del miedo que le había tenido atenazado durante mucho tiempo.

La primera vez que le sucedió estaba en casa de unos amigos. Se quedó dormido en el sofá y, al despertar, le fue imposible mover un solo músculo. Aquel estado de inmovilidad, del que fue plenamente consciente, duró unos minutos, intervalo en que no le fue posible articular palabra y el miedo a no poder moverse nunca más le dejó aterrorizado. Cuando su cuerpo recuperó el movimiento no se atrevió a contárselo a nadie, pensó que le tomarían por loco y su angustia creció ante la incertidumbre de tener alguna enfermedad incurable cuyos síntomas podrían volver a manifestarse en cualquier momento. Los episodios siguieron sucediéndose de forma esporádica, principalmente en épocas de mucho estrés.
La Pesadilla. Eugène Thivier (1894)
Old Hag Syndrome -Síndrome de la Vieja Bruja-  no es otra cosa que lo que se conoce como Parálisis del Sueño y se produce durante la fase de sueño REM.  Más concretamente, el EEG de estos episodios muestra una actividad cerebral donde se da mezcla de los estados de sueño y vigilia, y suelen ir acompañados de alucinaciones visuales, auditivas y táctiles, fundamentalmente, aunque pueden estar involucrados otros órganos sensoriales. Pueden suceder en la transición de la vigilia al sueño -alucinaciones hipnagógicas- o en el proceso del sueño a la vigilia –alucinaciones hipnopómpicas.

La primera experiencia de Parálisis del Sueño fue descrita por el médico holandés Isbrand van Diemerbroeck, quien en 1664 publicó un libro de casos que incluía una historia titulada Of the Night-Mare, que constituye la primera descripción detallada de parálisis del sueño acompañada de  alucinaciones hipnagógicas.

Henry Fuseli, en el cuadro The Nightmare (1781) representa a la perfección las sensaciones que padecen estos despiertos soñadores. Se percibe una presencia que observa de forma amenazadora con intención de atacar. El pánico se desata cuando el sujeto siente una presión en el pecho, como si alguien le sujetara o quisiera estrangularle, que le deja inmovilizado y sin capacidad para poder gritar o articular palabra.

Guy de Maupassant también fue presa de estos maléficos sueños y, como Ernesto, en principio calló por miedo,  pero fue el propio miedo lo que le llevó a investigar y a poner su miedo en palabras, lo cual hizo magistralmente en su historia Le Horla (1887):

I sleep -for a while- two or three hours -then a dream -no- a nightmare seizes me in its grip, I know full well that I am lying down and that I am asleep . . . I sense it and I know it . . . and I am also aware that somebody is coming up to me, looking at me, running his fingers over me, climbing on to my bed, kneeling on my chest, taking me by the throat and squeezing . . . squeezing . . . with all its might, trying to strangle me.
 
I struggle, but I am tied down by that dreadful feeling of helplessness that paralyzes us in our dreams. I want to cry out -but I can't. I want to move -I can't do it. I try, making terrible, strenuous efforts, gasping for breath, to turn on my side, to throw off this creature who is crushing me and choking me -but I can't! 

Then, suddenly, I wake up, panic-stricken, covered in sweat. I light a candle. I am alone.

                                                                 Guy de Maupassant. Le Horla.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Volver

Lo dijo y se marchó. Para ella no había elección. Se fue con el dolor de dejar su casa, sus amigos, su trabajo, su entorno, pero así lo prefirió. Mucho mejor así que la incertidumbre de qué pasará o la intranquilidad de que fuera necesaria su presencia mientras se encontraba a kilómetros de distancia. Además, la situación había ido cambiando con el paso del tiempo. No le había importado conducir una buena tanda de kilómetros cada fin de semana pero aquello ya no era suficiente, sabía que su presencia era cada vez más necesaria. Tomada la decisión, realizó las gestiones oportunas en el trabajo  y preparó la maleta. La llenó solo con ropa de temporada porque volvería de vez en cuando para dar una vuelta a la casa y regar los tiestos. Además, ese ir y venir le vendría bien para cambiar de aires cada cierto tiempo.  Se fue tranquila pero desde el momento de su marcha visualizaba con claridad un momento del futuro que le dejaba el alma cautiva de desasosiego porque no había lugar para la duda. Lo dijo en más de una ocasión: me voy pero temo volver por lo que significa, es durísimo. Y llegó el momento de volver. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Fue en Bamberg


Era media tarde y caminaba al resguardo de mi paraguas. El tiempo había estado muy inestable durante todo el día. A ratos paraba pero, de repente, el cielo descargaba una lluvia torrencial que salpicaba las calles de gabardinas e impermeables. Se había quedado un ambiente fresco que resultaba agradable pese a una leve llovizna que aún persistía y mi atención vagaba despistada de un lado para otro sin encontrar un lugar fijo donde quedarse. Así fue hasta que los vi. Eran cuatro y se encontraban a una distancia prudencial de mí, la suficiente para que sus gestos y ademanes  me hicieran sentir curiosidad.  Uno de ellos elevó el tono de voz al tiempo que avanzaba  y retrocedía ligeramente mientras le explicaba algo a otro acerca de un objeto que se pasaban de mano en mano.

Me encontraba calculando la edad que tendrían aquellos sujetos, que imaginaba podrían rondar los treinta y tantos, cuando tres de ellos se alejaron dejando al cuarto solo en el umbral de un portal desde donde les hacía  enérgicas señas con la mano izquierda mientras con la contraria sujetaba el objeto del que habían estado hablando. La distancia que nos separaba no me permitía oír claramente lo que hablaban entre ellos pero sí palabras aisladas que iban dirigidas al chico que se había quedado solo. Fue entonces cuando en mi mente se fue forjando una idea. Cabía la posibilidad de cambiar aquella situación que se iba presentando ante mí con nitidez meridiana con cada paso que avanzaba. Tras cada uno de mis pasos sentimientos encontrados animaban e inhibían mi intervención. Mi cabeza bullía lanzando síes y noes a diestro y siniestro. Eses y enes, más eses y más enes chocaban con ies y oes en una interminable lucha por ganar la batalla. Les cogería por sorpresa, desbarataría sus planes. Lo haría. Ya estaba prácticamente allí. Ahora estaban los tres muy juntos. Era el momento. Me acerqué por detrás, agarré fuerte el paraguas y lo coloqué entre los tres en el preciso momento en que sonó el click.

domingo, 3 de agosto de 2014

Tiene higos la cosa.


Hace unos años nació una higuerita justo enfrente de la terraza de la casa del pueblo. Era un gusto verla crecer y, situada ahí, delante de la terraza, resultaba tentador pensar que podríamos alcanzar los higos simplemente con alargar la mano.

La casa es una planta baja y el comedor hace esquina con la fachada de otras viviendas. Añito a añito la higuera fue aumentando de tamaño al tiempo que el comedor de la casa de mi madre se iba convirtiendo en un lugar oscuro, imposible de habitar sin luz artificial.  La higuera creció  hasta que alcanzó la tercera planta del edificio y sus ramas se extendieron hasta oscurecer también dos de las habitaciones que dan a la terraza. La casa, en su momento iluminada y clara, ya solo recibía las sombras que proyectaban las hojas de una descomunal higuera

A medida que pasaba el tiempo, la vecina del segundo del flanco lateral -una mujer de armas tomar y anchas caderas- descubrió que las ramas que llegaban hasta su terraza, convenientemente podadas, convertían su terraza en un oasis de frescos claroscuros protegida de miradas ajenas y con vistas a todas partes. Tal era su dicha que, cuando oyó aquello de podar, su reacción fue más allá de hacer mohínes.

Según ella, en verano se está mejor a oscuras, y los que nos quejábamos éramos unos egoístas que no pensábamos en los demás. Yo, por mi parte, alegaba que la higuera oscurecía la casa entera y no tenía nada que ver mantener una casa a oscuras con vivir en una oscuridad obligada a todas las horas del día. No había elección. A las casas, como a las personas, hay que entenderlas. Me gusta la claridad de esa casa cuando no le da el sol por la mañana,  y protegerla de sus intensos rayos por la tarde. Cuando llega la primavera me gusta que el sol se abra paso entre las cortinas y que la luz inunde de alegría la estancia. 

Este año, nada más llegar, salí a la terraza a regar los tiestos. Era ya tarde y el sol se había ocultado. Cuando ya estaba terminando y me dirigía adentro, un ruido me hizo levantar la mirada hacia la terraza de la vecina del segundo. Allí estaba,  ella en su terraza y yo en la mía, las dos regadera en mano. La saludé y me respondió de forma breve y seca. No acabé de entender su respuesta hasta el día siguiente, que amaneció radiante de luz dentro de aquella casa. 

viernes, 4 de julio de 2014

Mirando ciruelas

Llegaron anteayer. Los esperaba. Llevo días observando  las ciruelas y sabiendo que estaban al caer. Sus ciruelas ya estàn màs que maduras. Hay unos ramilletes espectaculares, pero cerca, muy a mi alcance, cuelgan unas seis o siete formando una hilera. Cada vez que las miro me dan ganas de subirme a una silla y zas, zas, zas, zas, zas, zas y zas, las siete a mi cocina.

Ya sea porque la tentación no era demasiado fuerte o porque en el fondo creí que se demorarían un poco más, su llegada frustró mis planes. Ayer por la mañana, mientras desayunaba, le oí entre las ramas. Vestido con su mono azul, casi imperceptible entre tanta hoja verde, se hallaba en lo alto de esa gigantesca escalera que sólo usa cuando poda el árbol o recoge la cosecha. Ciruela a ciruela, cambiando de lugar sigilosamente, como si las ciruelas pudieran oírle, fue dejando el árbol vacío de sus jugosos frutos.

A media mañana podría decirse que la recolección había terminado. Podría decirse, porque seis o siete ciruelas formando una hilera aún pendían de aquel recién despojado árbol.

domingo, 25 de mayo de 2014

Fútbol


http://www.katescreativespace.com/wp-content/uploads/2014/01/tulips-in-book-pages.jpg
Gracias, María.
Empiezo esta entrada dándole las gracias a María por este regalo. Aún no he leído nada de esta mujer -Carol Shields- pero los libros son así, desbordan sabiduría, paciencia y siempre están dispuestos a sorprenderte con la disposición de sus letras y palabras y a éste además se le salen los tulipanes de las páginas. La foto es preciosa y estos son mis tulipanes de este año, puesto que no ha habido otros. Los que nacieron la primavera pasada los metí en la nevera pero cogieron humedad y se perdieron. 
Y diréis que por qué esta entrada lleva el título de fútbol. Pues porque ayer hubo fútbol, jugó el Madrid y ganó el Madrid. 
Como no me gusta el fútbol, quedé con una amiga en Madrid. Pero no hubo forma de obviarlo, imposible, todo desprendía fútbol y sobre todo, la Puerta del Sol. ¡Qué nombre tan bonito para estropearlo con camisetas futboleras!
Y no hubo forma, no, a la hora del fútbol las calles se quedaron muy despejadas pero ya cansadas, nos sentamos en una terraza cerca de la Plaza de Oriente y, por supuesto, tuvimos que ver fútbol. Allí estábamos cuando empataron, con dos amigas de mi amiga que nos habíamos encontrado por el camino. Se acabaron las palabras, ya solo hubo gritos. En fin, qué más decir. Hoy Cañete.

miércoles, 23 de abril de 2014

Historias de libros y libros con historias.


Haciendo honor al día del libro me apetece contar algo sobre él. Pues bien, resulta que una de las funciones que los profesores tenemos en nuestro horario es la atención a la biblioteca del centro. A diferencia del curso pasado, en que varios miembros del Departamento teníamos asignada una hora de atención a la biblioteca, este curso escolar tengo yo el monopolio entero, una hora a la semana. A principio de curso, la encargada de la biblioteca nos informó de las tareas a realizar y, si antes le tocó el turno a comprobar los libros existentes y liberar los registros de libros perdidos, ahora tocaba terminar lo pendiente y colocar y ordenar los libros en nuevos estantes.  Pero como veréis en seguida, una sencilla tarea como la que describo, puede ser no apta para claustrofóbicos en baja forma física.

La biblioteca es amplia, soleada y siempre mantiene un ambiente cálido, porque el sol entra por unas ventanas u otras dependiendo de la hora del día. Un premio gordo. Justo al entrar hay un rectángulo de dobles mesas con ordenadores para uso de los alumnos y, en un lateral, entre las mesas y la hilera de armarios con libros, se forma un estrecho pasillo. Pues ahí mismo, justo en ese estrecho pasillo es donde se encuentra el meollo de inglés. ¿Y cuál es el problema? Pues veréis. Cada vez que me pongo a la tarea, tengo que abrir las hojas de cristal que están cerradas con llave y, cuando lo hago, quedo como si yo misma estuviera dentro de un armario. Como las puertas están un poco desencajadas, no abren del todo y tengo que forzarlas ese pelín que hace que se abran más de lo que deberían. Es así, o ellas, o yo, porque tampoco se quedan quietas, se vencen hacia mí. Y no, no se pueden mover las mesas de los ordenadores para hacer más espacio porque, uno, está todo lleno de regletas y enchufes y dos, taparíamos la entrada a la biblioteca.

Mi función es clasificar los libros y colocarlos en el estante de literatura americana o literatura inglesa y supongo que no os sorprenderéis si os digo que esas dos baldas son exactamente las dos más cercanas al suelo. ¿Me estáis viendo? ¿Me podéis ver colocando libros en la última balda, entre las dos puertas de cristal? Pues si alguien entra, desde luego no lo tiene fácil para encontrarme.  Todo se reduce a un buen ejercicio de piernas y contorsionismo dentro de ese estrecho habitáculo donde la movilidad es muy reducida: arriba, abajo, delante, detras. Cojo un montoncito para clasificar, lo dejo como puedo en un hueco de la mesa de uno de los ordenadores, alargo la mano, cojo uno, si pertenece a la balda de arriba, me levanto, si es de la de abajo, me acuclillo, si no es de ninguna de las dos no sé qué hacer con él.

Terminar las dos baldas me dejó muy satisfecha. Ya solo me quedaban los libros de lecturas graduadas. Perfecto, están en una balda de altura media a la que llego de pie. Estupendo. Están por colorines, así que los puedo colocar a puñados pero, un momento, ¿y esa balda de arriba? ¿y la de debajo de los colorines? ¿todo eso también está manga por hombro? Tengo que tirar de silla, tengo que verlo, me subo, cojo un montón, todo está mezclado, sigo colocando en las baldas anteriores lo que corresponde y cuando no cabe sigo con la nueva. Subo y bajo de la silla una y otra vez. Cuando la balda alta se va llenando a la mitad me asusto, se mueve. Ahora entiendo por qué los libros estaban colocados en la parte delantera de ésta, falta un soporte al fondo y se vence. O espabilo o se me vuelca la balda cercana al techo sobre la de los colorines. Los agarro y los acerco. Suena el timbre de la siguiente hora de clase.

Y entre subir y bajar me encontraba con aquellos libros que me sugerían: este, igual para MAE, este para…porque ahora sé lo que hay y dónde está todo, y para el trayecto del curso de pintura encontré una joya. Un libro viejo, manoseado, con las hojas amarillas, captó mi atención: “Recollections. Ten stories on five themes”. La primera historia, “Through the Tunnel” era de Doris Lessing. Empecé a leerla en el trayecto de ida y me cautivó. Después del curso me pasé por el Jardín Botánico para ver qué había florecido. La historia de Jerry me había dejado tan intrigada que, tan pronto como encontré un banco al sol, saqué el libro y reanudé la lectura interrumpida. Ensimismada, me metí en el pellejo del muchacho, y su angustia me hacía sentir el fresco de la sombra al alcanzarme. Jerry avanzaba y yo recolocaba mi posición al sol, como si la calidez de sus rayos sirvieran también para darle fuerzas… Y cuando terminé de leer su historia, ya me encontraba en el extremo del banco.

Aún hay más, una serie de preguntas al final de cada historia nos invita a releerla, a fijarnos en detalles que podrían habernos pasado desapercibidos, a reflexionar sobre los sentimientos de cada uno de los personajes, a descifrar lo que no es explícito. Lo que decía, una joya. Estoy deseando leer lo que tienen que decir Susan Hill, Denys Val Baker, John Wain, Roald Dahl, John Steinbeck, Lesley Rowlands, Alan Paton, James Joyce y Katherine Mansfield.

Y para vosotros, rosas.

viernes, 11 de abril de 2014

A la playa


"My life is like a stroll on the beach...as near to the edge as I can go"
Thoreau.
Resumo: siempre al borde. 
Añado: los bordes que más me gustan son los de tierra y agua. Otros bordes...quedan orillados.

Y que luzca el sol...

viernes, 28 de febrero de 2014

¿Un caso de histeria colectiva?

Todo comenzó cuando unos cuantos alumnos de segundo curso de ESO entraron en la clase al borde del síncope. Como  siempre me demoro al finalizar las clases, ellos saben que si se dan prisa, aún me encuentran en el aula y pueden dejar las mochilas para disfrutar plenamente y sin estorbos del rato del recreo.
En esta ocasión, el grupo que entró estaba muy alterado y, nada más llegar, en lugar de dirigirse a sus respectivos asientos para dejar sus cosas, se arremolinó a mi alrededor impaciente por contarme algo. Según Carla, quien empezó a hablar en un tono bastante elevado al tiempo que gesticulaba con ambas manos, había ocurrido algo de gran trascendencia que yo debería saber porque había razones de peso para pensar que iba a tener consecuencias directas, si no desastrosas, en el desarrollo de la siguiente clase, que era la mía, y como yo solía enfadarme cuando hablaban mucho, ya me avisaban de que estuviera preparada porque el asunto no era para menos. 
Mientras intentaba ubicarme en aquel drama sobre el que todos tenían alguna opinión, llamó mi atención el llanto de Cati, una alumna recién incorporada al centro que permanecía de pie a unos pasos del grupo de alumnos que me hablaba. Incontenibles lágrimas corrían por sus mejillas. Alarmada, pregunté que qué le pasaba  e hice ademán de acercarme a ella, pero los demás, hablando al unísono, se apresuraron a comentar que no era la única, que había más alumnos que habían llorado y estaban muy nerviosos, y querían saber cuál era mi opinión de todo aquello y si yo creía que era justo, porque desde luego ellos no veían la justicia por ninguna parte.
Había sucedido en la clase anterior y temían que nadie aprobaría la materia de Lengua si no se hacía algo al respecto. La profesora se había enfadado tanto que había dicho que si aquello no se aclaraba, el examen que tenían al cabo de dos días sería dificilísimo y, por si fuera poco, no pensaba darles clase en lo que quedaba de curso. Y esto último lo subrayaron como un caso insólito y sin precedentes en su trayectoria académica. Tal era la desazón que tenían.
 Cuando ya se marcharon al recreo y cerré el aula, por casualidad me crucé con la tutora. Había estado con ellos toda una hora sin terminar de aclarar el entuerto. También me crucé con la profesora, quien me expresó su malestar por lo sucedido.
A pesar de los pesares, tengo que decir que su inquietud se mezclaba con un elevado grado de excitación que les mantenía expectantes. Se trataba de una situación extraordinaria en un contexto donde habitualmente no pasa nada más que lo esperable. Me los imaginaba llegando a casa desbordados por la impaciencia de contar lo acontecido aquél día, algo que recordarían no ya por el hecho en sí, sino por las sensaciones experimentadas.
Quizá fuera por esa posible alarma innecesaria que podría alcanzar a las familias, que durante la clase se presentó el jefe de estudios, ahíto por haber subido tres pisos prácticamente de tres zancadas, para tranquilizar a los alumnos: la profesora de lengua había dicho que el examen no iba a ser difícilísimo, sería "normal", podían estar tranquilos, y además, seguiría dándoles clases de lengua.
  Y cuando acabó mi jornada me fui a casa sin saber a quién de todos ellos le había vibrado el móvil durante la clase de lengua.

sábado, 15 de febrero de 2014

Una nueva experiencia

Nunca sabes lo que te puede pasar en esta profesión y aunque me pasó a mí, no me enteré hasta un buen rato después. Tenía examen con mis alumnos de bachillerato y nada auguraba la situación desconcertante en que me iba a encontrar un poco más tarde. Tras entregar el examen a unos cuantos alumnos llegué hasta una alumna que miraba atentamente el despliegue de apuntes que tenía sobre su mesa. Antes de darle la hoja de examen le pedí que retirara todo aquello pero ella hizo caso omiso a mi advertencia y ni siquiera levantó la vista. Tras Insistir en que guardara todo, siguió en la misma posición, ni se inmutó. Mi tercera intervención fue para decirle que le iba poner un parte. Entonces reaccionó. Omito parte de su actuación. Sólo diré que salió dando un portazo.

Pasados unos treinta minutos retiré el examen de su mesa pensando que, aunque subiera, ya no le daría tiempo a hacerlo. Y todavía no entendía su tardanza. Un minuto después de sonar el timbre, cuando todavía quedaban alumnos haciendo el examen, abrió la puerta con ímpetu, recogió sus cosas y salió sin decir palabra, esta vez dejando la puerta abierta de par en par. “Esto es educación”, dije en voz alta.

Cuando tuve oportunidad pasé por Jefatura para averiguar por qué la alumna no había regresado a clase. Le habían dicho que volviera e ignoraban que no lo hubiera hecho. También pude contrastar su versión de éste y otros hechos que, de paso, había relatado sobre nuestra convivencia académica. Y de repente creí entenderlo: no quería hacer el examen ese día. Aunque pasa de los veinte, su presencia se deja sentir en cada clase, y no precisamente por su implicación en lo que allí acontece sino más bien por su interés y esfuerzo en que no le “acontezca” a nadie. Me venían a la mente todos aquellos apuntes con su letra. Eso es, había estudiado, esta vez sí, no tiene un pelo de tonta, pero no tenía claro que fuera suficiente. Ella estaba segura de que yo no dejaría de examinarla y hasta la siguiente clase ganaba dos días.

Yo estaba en una guardia y me quedaba otra. ¿Había tiempo? Sí. El Jefe de Estudios fue a buscarla y la llevó a la biblioteca. Le dije donde sentarse y le entregué el examen. Esta vez fui yo quien no la miró ni una sola vez.

Y a pesar de todo, no pude evitar sentir que había jugado con ventaja.

sábado, 4 de enero de 2014

Two thousand and fourteen words



 Two thousand and fourteen words
 (Dedicada a todo el que pase por aquí)

Rhyme, rhyming words,
cheerful rhyme and dance
dressed in sailor suits
or disguised in the solitude of the night,
two thousand and fourteen words
waiting for a ball of sea and dusk.

Hundreds of rhyming words
enjoying as they softly dance
while hiding cold shadows in the dark
while waking the echo of the sea sand
whispering verses to the far away stars.

Two thousand and fourteen words
leaving neverending rhyming verses behind.
 
Hoy me he sentado al calor de mi mesa camilla toda decidida a escribir algo y después de varios intentos que si en castellano que si en inglés, ha sido la poesía la que me ha llevado de la mano. Pido disculpas si hay errores en mi lengua inglesa. Hay que tener en cuenta que no soy bilingüe y estoy en proceso de aprendizaje permanente. Ya necesito curso de verano. A ver si me toca.