Para
encontrar el buen sueño hay que prepararse, que cuidarse, que mimarse. Hay que
realizar los rituales que nos van acercando pero no hay que buscarlo, no hay
que salir a su encuentro, él nos encontrará a nosotros en algún momento. Antes
solía agobiarme si no conciliaba pronto el sueño. Pensar que al día siguiente
necesitaría una energía que no había recuperado funcionaba como un resorte que
me activaba aún más y me dejaba durante más tiempo en estado de vigilia.
Hablo
de situaciones excepcionales, de esos días en que algo te ronda la cabeza, algo que ha quedado
pendiente y no logras solucionar, algo que te crea intranquilidad. Ya digo que,
afortunadamente, son pocas las noches que el sueño no me encuentra fácilmente después de un día de trabajo. Siempre he buscado mi espacio en la noche, me he llevado bien
con ella, ha sido mi aliada en los tiempos duros de mi época de estudiante, no
sé si porque por naturaleza me desenvolvía mejor en esa franja horaria o porque
aprendí que había pocas alternativas si quería concentrarme seriamente en algo.
Últimamente
no me agobio si un día no duermo. Tengo comprobado que resisto perfectamente al
día siguiente y sé también que la siguiente noche dormiré como un lirón y de un
tirón. En esos ratos leo, disfruto con ese tiempo regalado, olvido la prisa.
Cuando
algo nos da vueltas en la cabeza acaba metido en nuestro sueño. Al despertar,
frecuentemente, no recordamos lo que hemos soñado pero hay días que en
determinado momento, como un fogonazo y sin saber qué ha estimulado esa visión,
empiezas a desgranar el sueño de la noche. Y resulta curioso porque es al
tiempo una entidad presente pero sumamente evanescente de forma que tiende a escaparse si no tomas nota de ello. Me pasa
que, a veces, me paro ante esa secuencia de acontecimientos inesperados y, aunque
ya conozco su mágica volatilidad, parece que no acabo de creérmela, siempre
pienso que yo voy a ganar la partida, que voy a acercar a mí al sueño, que
puedo aplazar por un rato el hecho de atraparlo,
pese a la evidencia redundante de que el sueño cada día se viste de un disfraz
diferente para despistarme, y confiada lo dejo suelto y libre mientras reanudo alguna
actividad trivial que requiere mi atención. Ya es tarde cuando me doy cuenta de que se ha esfumado.
También
existen los sueños de temporada, por decirlo de alguna manera, me refiero a esas experiencias oníricas que se dan en una época determinada del
año y no en otras y tienen que ver con la profesión que uno desempeña. Precisamente es
este tipo de sueños el que realmente ha motivado este texto. Coincido con
compañeros de profesión en que los días anteriores a comenzar el curso percibo una
sensación de intranquilidad ante la incertidumbre de lo que vendrá. La
adjudicación de horarios, grupos, niveles, tutorías y alumnos, entre otros, son variables que inciden directamente en la
calidad del trabajo a realizar y genera tensión y malestar, porque todos
sabemos, porque todos nos conocemos, aunque no siempre digamos y habitualmente nos aguantemos.
En esa época es muy frecuente que yo sueñe que me pierdo por el instituto, que no
encuentro la clase a la que tengo que llegar y que llego tarde. Aunque intento recordar referentes e indicaciones que orienten mi camino,
al final no me son útiles en absoluto y ya se sabe lo que pasa en los sueños,
que el pasillo que antes te llevaba al hall se ha convertido en una tienda de
chuches y cuando subes las escaleras te encuentras con que el aula de 3º C se ha convertido en un patio y ese grupo ahora está en la
planta de más arriba pero en el otro ala del edificio y, entre
unas cosas y otras, te dices que ya no llegas, porque entre idas y venidas
cuando quieras llegar, la clase habrá terminado, piensas que tus alumnos a esas alturas ya estarán bien atendidos por el profesor de guardia y que lo mejor que puedes hacer es empezar a buscar ya el aula de la siguiente clase porque necesitarás tu tiempo para encontrarla.
En tu ignorancia, crees que
eres la única que se pierde por el instituto hasta que te enteras de que los
demás andan igual de perdidos y sueñan lo que tú, que les cambian las clases
según llegan a ellas, que las escaleras se convierten en rampas, que los libros
les han desaparecido de repente en el cuarto peldaño y que,
cuando por casualidad dan con la clase correcta, se encuentran a la conserje o al
personal de la cafetería impartiendo una magnífica clase de inglés mientras
escriben perfectamente en la pizarra con una enorme taza de café como tiza.
También te puedes perder fuera del instituto y no llegar nunca al centro educativo. En esta
situación te cambian el aspecto de las calles, les quitan los rótulos, donde
había una hilera de casas te ponen un polideportivo y al girar las calles nunca
encuentras lo que debería estar, eso sin contar con que hay calles en que ponen como barricadas y ni siquiera puedes asomarte para ver qué se ve al otro lado. Así es imposible llegar a ningún sitio, te
puedes pasar toda la noche dando vueltas inútilmente hasta que decides que no
hay remedio, que la falta no será de una hora sino del día entero. Que apechuguen
los de guardia que hayan conseguido acertar con el recinto y estén dentro.
Mi
amiga Carmen, además, tiene el sueño recurrente de que los niños de primer
curso de ESO se levantan del sitio y no los controla. Dice no hay forma de que
estén todos sentados, en cuanto ha sentado a unos pocos se le levantan otros. Aparte
de que no paran de hablar, todos tienen alguna excusa para dejar su sitio e ir
lo más lejos que pueden dentro del aula, ya sea para tirar papeles, sacar punta o buscar
typpex, por poner algunos ejemplos, y se puede pasar la noche sentando todos los
niños que se le ponen de pie después del calvario que ha padecido hasta
encontrar la clase. Oh, my God!