sábado, 29 de noviembre de 2014

Old Hag Syndrome

The Nightmare. Henry Fuseli (1781)
Estábamos en un sitio alejado de la urbe, rodeado de montículos pelados, feos a la vista. La situación recordaba a aquella historia de Agatha Christie en que un grupo de personas se encuentran en un lugar aislado, desconectado del resto del mundo. La tarde en que llegamos el silencioso lugar se fue impregnando de un bullicio alegre y chisporroteante a medida que los nuevos visitantes, en su mayoría adolescentes en ciernes, se iban incorporando a aquel espacio y ocupaban las diferentes estancias. Durante días el paisaje sería el mismo y, sin tardar mucho,  se irían definiendo las relaciones entre las partes puesto que el recorrido era corto en los alrededores. En la planta baja, unas mesas frente a un ventanal servirían como lugar de trabajo o punto de encuentro según la hora del día. El paso por allí era inevitable, ya se bajara por el ala izquierda o derecha de las escaleras.

Durante los primeros días, Ernesto pasaba ante nosotros sin atreverse a unirse al grupo, como si necesitara una señal que le autorizara a hacerlo. Era un tipo serio, responsable y preocupado por que no hubiera contratiempos desagradables. Aquel día volvía de hacer deporte, llevaba una botella de agua en la mano y parecía dispuesto a darse un respiro. Con la excusa de comentarnos cualquier cosa tomó asiento y se unió a nuestra conversación. Después de dos meses y medio encerrado entre aquellas paredes con la única compañía de las personas que trabajaban a su cargo -ya compañeros y amigos- era comprensible que le apeteciera intercambiar impresiones con unos recién llegados a los que no conocía de nada. Ya contaba los días para que terminara aquel enclaustramiento que le absorbía su tiempo casi por completo. Los sábados, cuando podía, se marchaba lejos para recuperar la energía perdida durante la semana y no volvía hasta la tarde del domingo en que reanudaba su trabajo. Y en determinado momento nos habló del miedo que le había tenido atenazado durante mucho tiempo.

La primera vez que le sucedió estaba en casa de unos amigos. Se quedó dormido en el sofá y, al despertar, le fue imposible mover un solo músculo. Aquel estado de inmovilidad, del que fue plenamente consciente, duró unos minutos, intervalo en que no le fue posible articular palabra y el miedo a no poder moverse nunca más le dejó aterrorizado. Cuando su cuerpo recuperó el movimiento no se atrevió a contárselo a nadie, pensó que le tomarían por loco y su angustia creció ante la incertidumbre de tener alguna enfermedad incurable cuyos síntomas podrían volver a manifestarse en cualquier momento. Los episodios siguieron sucediéndose de forma esporádica, principalmente en épocas de mucho estrés.
La Pesadilla. Eugène Thivier (1894)
Old Hag Syndrome -Síndrome de la Vieja Bruja-  no es otra cosa que lo que se conoce como Parálisis del Sueño y se produce durante la fase de sueño REM.  Más concretamente, el EEG de estos episodios muestra una actividad cerebral donde se da mezcla de los estados de sueño y vigilia, y suelen ir acompañados de alucinaciones visuales, auditivas y táctiles, fundamentalmente, aunque pueden estar involucrados otros órganos sensoriales. Pueden suceder en la transición de la vigilia al sueño -alucinaciones hipnagógicas- o en el proceso del sueño a la vigilia –alucinaciones hipnopómpicas.

La primera experiencia de Parálisis del Sueño fue descrita por el médico holandés Isbrand van Diemerbroeck, quien en 1664 publicó un libro de casos que incluía una historia titulada Of the Night-Mare, que constituye la primera descripción detallada de parálisis del sueño acompañada de  alucinaciones hipnagógicas.

Henry Fuseli, en el cuadro The Nightmare (1781) representa a la perfección las sensaciones que padecen estos despiertos soñadores. Se percibe una presencia que observa de forma amenazadora con intención de atacar. El pánico se desata cuando el sujeto siente una presión en el pecho, como si alguien le sujetara o quisiera estrangularle, que le deja inmovilizado y sin capacidad para poder gritar o articular palabra.

Guy de Maupassant también fue presa de estos maléficos sueños y, como Ernesto, en principio calló por miedo,  pero fue el propio miedo lo que le llevó a investigar y a poner su miedo en palabras, lo cual hizo magistralmente en su historia Le Horla (1887):

I sleep -for a while- two or three hours -then a dream -no- a nightmare seizes me in its grip, I know full well that I am lying down and that I am asleep . . . I sense it and I know it . . . and I am also aware that somebody is coming up to me, looking at me, running his fingers over me, climbing on to my bed, kneeling on my chest, taking me by the throat and squeezing . . . squeezing . . . with all its might, trying to strangle me.
 
I struggle, but I am tied down by that dreadful feeling of helplessness that paralyzes us in our dreams. I want to cry out -but I can't. I want to move -I can't do it. I try, making terrible, strenuous efforts, gasping for breath, to turn on my side, to throw off this creature who is crushing me and choking me -but I can't! 

Then, suddenly, I wake up, panic-stricken, covered in sweat. I light a candle. I am alone.

                                                                 Guy de Maupassant. Le Horla.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Volver

Lo dijo y se marchó. Para ella no había elección. Se fue con el dolor de dejar su casa, sus amigos, su trabajo, su entorno, pero así lo prefirió. Mucho mejor así que la incertidumbre de qué pasará o la intranquilidad de que fuera necesaria su presencia mientras se encontraba a kilómetros de distancia. Además, la situación había ido cambiando con el paso del tiempo. No le había importado conducir una buena tanda de kilómetros cada fin de semana pero aquello ya no era suficiente, sabía que su presencia era cada vez más necesaria. Tomada la decisión, realizó las gestiones oportunas en el trabajo  y preparó la maleta. La llenó solo con ropa de temporada porque volvería de vez en cuando para dar una vuelta a la casa y regar los tiestos. Además, ese ir y venir le vendría bien para cambiar de aires cada cierto tiempo.  Se fue tranquila pero desde el momento de su marcha visualizaba con claridad un momento del futuro que le dejaba el alma cautiva de desasosiego porque no había lugar para la duda. Lo dijo en más de una ocasión: me voy pero temo volver por lo que significa, es durísimo. Y llegó el momento de volver.