viernes, 20 de marzo de 2015

Ciruelos

Otra vez el ciruelo. Hay ciruelos y ciruelos, no cabe la menor duda. Últimamente cada día me topo con dos ciruelos diferentes. Yoy de uno a otro, como de oca a oca y tiro porque me toca. Le das los buenos días a un ciruelo según te levantas por la mañana y a las dos horas estás saludando a otro ciruelo. Es lo agridulce de la vida, el haz y el envés. Vayamos por partes en este asunto de la ciruelología, sigamos al DRAE y distingamos acepciones. Llamémoslas A y B.

Ciruelo A: Árbol frutal de la familia de las Rosáceas, de seis a siete metros de altura, con las hojas entre aovadas y lanceoladas, dentadas y un poco acanaladas, los ramos mochos y la flor blanca. Su fruto es la ciruela.

Ciruelo B: Hombre muy necio e incapaz.

Sobre el ciruelo A tengo poco que objetar, todo son parabienes. Yo leo sobre él y digo, si…, si…, si…, como cuando corrijo ejercicios y está todo bien. El ciruelo A siempre está ahí, sabes a qué atenerte, que te deleitará con sus bellas flores blancas y que dará su fruto según lo esperado, con el que podrás hacer mermelada –si consigues unas cuantas. Todo el mundo sabe esto, al menos todo el que pasa por este blog (me refiero a lo de hacer mermelada con una cuantas ciruelas, creo que el año pasado, puestas en fila, eran siete, este año puede variar el número y la distancia a que me encuentre, ya veremos, de momento está cuajadito de flores). La variedad de formas que puedan tener sus hojas o lo mocho de los ramos del ciruelo podrá gustar más o menos pero es relativamente poco importante. 

Nada que ver con el ciruelo B, que el diccionario define como necio, que a su vez significa – y es importante dejar constancia de ello- ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. 

El ciruelo B se mueve, no es algo fijo al terreno, es decir, un mismo ciruelo, siendo único y personal, te lo puedes encontrar aquí ahora y allí después, sin que ningún indicio previo te haya advertido de su ubicuidad y coincidencia con lugares en los que tú puedas estar. Además, como quieras evitarlo por cualquier razón, aunque ésta sea muy buena, la probabilidad de que te lo encuentres es mucho mayor. Esto último se lo debemos a Murphy. Está relacionado con la tostada con mermelada –si es de ciruela siempre será de ciruelo A- que se cae de aquella manera tan fastidiosa para el que estaba a punto de comérsela y que, vaya casualidad, casi siempre resulta ser un ciruelo B. ¡Qué cosas! Este ciruelo B, frustrado por haber desayunado solo un café, nunca estará a la altura del A, ni sus mejores manipulaciones le librarán de quedar a la altura del betún. Para finalizar, el ciruelo B, aunque coincide con el ciruelo A en ser muy variable en sus formas, nunca da flor, lo que no impide que, según los días, despida olor. Suele andarse por las ramas porque desconoce el camino, es difícil saber lo que te espera si estás cerca -prepárate para una de sus cirueladas- y solo dará frutos interesados. Si pudieras, al ciruelo B lo colgarías del ciruelo A, cual adorno de Navidad o espantapájaros, con un mocho de fregona en la mano ondeando al viento. 

¡Mandan ciruelos!