A lo largo de dos horas y media que se pasan volando, Miguel del Arco nos muestra la insatisfacción y frustración que sienten un grupo de veraneantes a través de las relaciones que se establecen entre ellos. Ellos van veranear, ellos quieren descansar, ellos irán desenhebrando la madeja que llevan dentro. El vestuario veraniego y los pies descalzos solo son el envoltorio del frío invierno que llevan dentro.
Cada personaje podría ser alguna persona de nuestro propio entorno y resulta difícil no identificarse con los sentimientos que, como lluvia fina, van cayendo incesantemente sobre el patio de butacas. En cierto modo, el malestar y la impotencia son dolencias universales de difícil tratamiento.
Con gran maestría, lo rancio, lo irónico y lo patético se mezcla con lo musical, así como con determinadas dosis de humor, obligando al espectador a cambiar de registro continuamente. Se tratan muchos temas con agilidad y sin delicadeza, pedazos de realidad cruda y desnuda. Las continuas entradas y salidas a escena de los personajes resultan tan naturales como el escenario, desprovisto de todo ornamento y artificio. Valen los personajes, por su enérgica interpretación y por el mensaje que transmiten, que llega directamente por la disposición de actores y espectadores: los actores ocupan el centro del espacio; los espectadores visualizan la obra desde los cuatros costados del cuadrilátero; las idas y venidas a escena de los actores se hacen equilibradamente por los cuatro extremos del escenario, mezclándose prácticamente con el público, que queda así prácticamente integrado en la obra.
A la insatisfacción y desilusión personal se añade la insatisfacción colectiva, la que deriva de vivir en una sociedad competitiva, egoísta y desprovista de afectos. Después de un siglo todo sigue igual, el progreso queda reducido al paso del tiempo y al logro de objetivos materiales a cualquier precio. Los individuos son otros, los planteamientos muy parecidos.
Constituye una crítica hacia la sociedad y al tipo de individuos que formamos parte de ella. Basada en la obra de Maxim Gorki, Veraneantes es un llamamiento más a la indignación, nada que ya no sepamos pero que conviene reiterar, más que lo que se cuenta es cómo se cuenta.
Se representa en el Teatro de La Abadía en Madrid, hasta el 29 de mayo. Es un teatro pequeñito, recogido, nunca había estado allí, y está ubicado dentro de una especie de pequeño jardín cuidado con esmero.
Hace ya días que la vi pero el texto se había quedado a medias, o lo terminaba o me caducaba como los yogures.
La foto, por supuesto, de don Google.
Tiene buena pinta. Y según lo cuentas, la puesta en escena y el ambiente debía ser muy acogedor.
ResponderEliminarBesos.
Has hecho una crítica magnífica. Por lo que dices es heredera de esa larga tradición literaria y cinematográfica en el que el verano con su plácida luminosidad y su irresistible atractivo es lugar para que se desboquen las pasiones humanas. Estoy pensando en El sueño de una noche de verano de Shakespeare, en Chejov, en el Thomas Mann de la Montaña Mágica, en las películas de Bergman, en ese maravilloso ciclo de las Comedias y Proverbios de Eric Rohmer y en alguna de Woody Allen cuando todavía no se había dedicado al turismo fotográfico y pijo.
ResponderEliminarEnhorabuena a ti, Angie, por la estupenda reseña de esa obra de teatro y al Dr. Krapp por la erudición y capacidad asociativa que se desprende de sus palabras.
ResponderEliminarPero los besos, sólo para ti, Angie.
Para Luis la segunda estrofa, con mucho cariño.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=qBwtSg2Kl-8
Me ha gustado mucho, Angie. Tanto tu post como el tema de la obra que compartes con nosotros. Creo que en el verano, a pesar de ser unos días de desconexión con la realidad rutinaria de cada uno, no nos impide de alguna manera reconsiderar nuestras posiciones y hacer un balance, aunque sea inconsciente, de nuestra realidad. Se liberan tensiones y eso conlleva el sacar fuera nuestro verdadero "yo", que suele estar reprimido, condicionado por las circunstancias y bastante triste.
ResponderEliminarUn beso y buen finde, Angie.
Era muy acogedor, Miguel, y tenías la sensación de ser parte de la obra. Únicamente que el que se sentó a mi lado parecía tener el baile de San Vito, no paraba quieto. Y una chica de atrás decía que estaba muy bien ubicada cerca de la puerta por si había que salir corriendo... ¡Pero si aquello solo era una obra de teatro!
ResponderEliminarBesos para ti también.
Dr. Krapp, todo eso que has puesto en tu comentario no son deberes, ¿verdad?
Un beso.
Luis Antonio, gracias, es que el Dr. Krapp es un Shakespeare a la gallega -espero que no se enfade conmigo, que lo digo con mucho cariño- aunque todavía no sé que te ha dicho en esa estrofa (la segunda). Como tengo el blog en modo no plagio, porque perdí la otra plantilla, pues no tengo tiempo de copiarme con boli todo el link con tanta b mayúscula, signo de igual, de interrogación y todo eso. Estoy intrigada.
Yo también te envío besos.
Novicia, fue muy interesante, y es verdad que cuando desconectamos con la rutina diaria se despiertan muchos demonios escondidos.
Buen fin de semana tb para ti, yo lo he tenido bien pero bien liado.
Besos y abrazos.
Pues yo tampoco lo puedo copiar por el mismo motivo que tú y como me temo...lo peor, tampoco lo copio a mano...
ResponderEliminarA la atención de Luis Antonio:
ResponderEliminarA la verita de mi té me he puesto a copiar con boli el link del Dr. Krapp. Por cierto, en mi teclado no existe el signo igual, menos mal que estas cosas yo las hago con tiempo.
Pues bien, remite a Peret: Una lágrima cayó en la arena. Y la segunda estrofa dice:
Me pediste un beso
me pediste un beso
en la orilla del mar.
Vosotros mismos.
¿Estás bien?
ResponderEliminarTe echo de menos...
Sí, bien, Luis Antonio, con mucho trabajo este mes, pero bien.
ResponderEliminarSobre todo lo que me gusta es que me eches de menos, el sentimiento es mutuo.
Gracias y muchos besos.