viernes, 23 de diciembre de 2011

Querría


Querría

Desatar el lazo de ilusiones de mi hatillo para darle:
a la alegría, alegría
a la esperanza, esperanza
a la pasión, pasión
y al amor, amor.

Espantar malos augurios y,
sin miramientos, quitarle:
a la tristeza, tristeza, y a la pena, pena.
al dolor, dolor,
y al miedo, miedo.

Calmar el viento enrarecido
con pétalos de olor multicolor,
cambiar los pétalos por corazones
y los crispados silencios...por tirabuzones.

Bailar entre palabras sin sentido
darles vueltas, girar con ellas y repetirlas...
hasta sentirlas.
Borrar las fronteras de los sueños...
soñando.

Desafiar piedras puntiagudas
con la mirada clavada en algodones.
Sentir el viento caprichoso entre los dedos.
Recordar mañanas,
morir viviendo.


Feliz Navidad y mis mejores deseos para el Año Nuevo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Learned helplessness


Carol Dweck, profesora de psicología de la Universidad de Stanford, ha estudiado durante décadas por qué algunas personas consiguen desarrollar su potencial mientras que otras con igual capacidad fracasan.

Dweck investigó sobre la motivación animal, centrándose en un tema muy en boga en los años sesenta: la indefensión aprendida. La experimentación demostraba que los animales sometidos a situaciones repetidas de fracaso quedaban indefensos, lo que les impedía actuar según su capacidad. Dweck quiso saber cómo los seres humanos se enfrentaban a tal problema, es decir, por qué un chico abandona ante el fracaso mientras que otro se siente motivado ante él, por qué unos mantienen una postura de indefensión mientras que en otros destaca la determinación de dominar cosas nuevas y superar retos. Encontró que la respuesta subyace en las creencias del sujeto sobre los motivos que le condujeron al fracaso.

Su gran aportación está relacionada con las teorías implícitas de la inteligencia. Por una parte estarían aquellos sujetos que creen que la inteligencia es algo “fijo” y, en consecuencia, piensan que la capacidad es algo inherente, innato, que simplemente debe ser mostrado. En el otro lado estarían aquellos individuos que conciben la capacidad como un potencial susceptible de ser desarrollado a través del aprendizaje y el esfuerzo personal.

Dweck realizó un experimento con niños de primaria identificados como indefensos: cuando tropezaban con varios problemas que no sabían solucionar, se veían incapaces de resolver problemas en los que previamente no habían encontrado dificultades. En el experimento se entrenó a la mitad de los estudiantes a atribuir sus errores a falta de esfuerzo y se les animó a continuar intentándolo y así afrontar el fracaso. El grupo control no mostró ninguna mejoría, recuperándose muy lentamente cuando fracasaba.

Alentada por el tema y aprovechando un espacio de tiempo que me quedaría tras la realización de un examen escrito, decidí someter a mis dos grupos de alumnos de 1º de ESO a un experimento de indefensión aprendida. Mezclé las instrucciones en inglés y castellano, para que todo el mundo lo entendiera y les pedí que fueran honrados, que consideraran que era una continuación del examen, es decir, no podían hablar ni echar vistazos al compañero, sencillamente tenían que seguir mis instrucciones.

Entregué a cada alumno una hoja de papel, boca abajo. Les expliqué que en ella había tres palabras escritas -vocabulario de la última lección- una debajo de la otra, cuyas letras debían reorganizar y descifrar. Una mitad de la clase recibió tres palabras fácilmente reconocibles. La otra mitad de la clase tenía dos palabras indescifrables mientras que la última coincidía con la del primer grupo.

Les dije que iríamos paso a paso, que no intentaran descifrar todas las palabras de un tirón. Les hice volver la hoja y descifrar la primera. Pasados unos segundos les pedí que levantaran la mano según terminaban. Pasamos a la segunda palabra: mismas instrucciones. Según levantaban la mano unos miraban horrorizados a los otros, a su papel y a mí. Yo los observaba, seria y callada. Pasamos a la tercera. Las mismas instrucciones. Las caras de los indefensos eran dignas de ver, no entendían qué estaba pasando: no acertaban una mientras contemplaban horrorizados la rapidez de sus compañeros, que estiraban pecho y mano casi hasta al techo, desbordantes de entusiasmo y felicidad.

RESULTADOS

En primer lugar tengo que decir que el rendimiento académico general de los dos grupos es muy diferente y creo que eso también tiene incidencia en los hallazgos encontrados.

El grupo con mejor rendimiento académico, (grupo C, 30 alumnos) se caracteriza por ser muy competitivo. Fue muy honrado en la primera palabra: ninguno del grupo indefenso la descifró; sin embargo 5 intentaron salvarse en la segunda: se inventaron un posible término que no existía y lo dieron por válido.
Se dio el efecto de indefensión en la tercera palabra: mientras que en un grupo acertaron los 15 alumnos, solo 10 del grupo de indefensos fueron capaces de descifrar el término homework, bien conocido por todos.

El grupo con rendimiento académico más bajo (grupo D, 25 alumnos) tiene una mayor variabilidad de alumnado: integración, educación compensatoria y alumnado con buen rendimiento. Los resultados son en parte parecidos: 12 alumnos dieron con la 1ª palabra, todos ellos del grupo no indefenso. La segunda palabra solo fue acertada por 6 alumnos del grupo no indefenso y por una alumna del grupo indefenso que, igual que había sucedió en el grupo C, confesó, cuando fue preguntada, que se había inventado un término que desconocía.
La tercera palabra fue acertada por igual número de alumnos en los dos grupos: 6/6, dejando en el aire por qué aquí no se dio el efecto. Quizás yo hice algo mal, quizás no fueron honrados al decirme las respuestas, quizás al no ser tan competitivos como el grupo C el efecto no tiene la misma incidencia. En cualquier caso aprendimos y mereció la pena.

Finalizo con un vídeo del experimento.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Verdesperanza



Recuerdo con cariño los primeros días de huelga de septiembre. El primero de ellos vi acercarse a mi amiga Mariola desde la distancia con su camiseta verde, tuneada. Siempre se ríe cuando me ve y abre los brazos para darme un beso y un abrazo. Yo hago lo mismo. ¿Y mi camiseta? ¡Aquí está! La quiero tuneada, como la tuya. He traído unas tijeritas.

Los días de mani Mariola, Carmen y yo quedábamos pronto, comíamos juntas, tomábamos un café al sol y nos poníamos al día de los desmanes que en nuestros centros se hacían para hacerlos funcionar. A la hora de la mani bajábamos hasta el Paseo del Prado, donde habíamos quedado con otros compañeros, para unirnos al mogollón.

Aquél día comimos en un Cañas y Tapas cerca de Huertas y, cuando terminamos, bajamos al baño a tunear mi camiseta. Yo estiraba la tela mientras Mariola cortaba. Insistí en que el cuello fuera holgado.
Se va a desbocar, luego cede mucho. Y efectivamente, quedó ancho, dejando libertad para que el sol alcanzara parte del escote y espalda. Quedó bien, muy bien, desprendida de ese estilo que a mí me parecía monjilpepero.

Septiembre y octubre nos regaló días preciosos, engalanados de sol y alegría. A cada paso nos encontrábamos gente que hacía mucho que no veíamos y andábamos con cuidado para no despistarnos mientras nos poníamos al día con una breve charla.

Nos movía la ilusión de creer que lo que hacíamos serviría para algo o no, pero al menos queríamos intentarlo. Con esta perspectiva convertimos los días de huelga en días de tonalidad festiva que había que disfrutar al máximo. Esos días no existían dificultades para cuadrar nuestros horarios, era cita obligada por circunstancias nada agradables que intentábamos convertir, como revulsivo, en un soplo de aire fresco.

Cuando ya tuve camiseta, salía de casa con ella puesta y durante todo el trayecto me encontraba con las miradas de gente que se fijaba en ella. Según me acercaba al lugar de encuentro me cruzaba con más y más personas que la vestían y, en algunos casos, intercambiábamos gestos de complicidad y alguna que otra sonrisa.

Hasta que, poco a poco, se convirtió en un símbolo y comenzaron a censurar su presencia: al pasar por la Carrera de San Jerónimo, al hacer algún trámite en las DATs, al ir a votar... En el ejercicio de mi libertad voté con ella sin problema, pero no fue así con algunos de mis compañeros.

Con el paso de los meses la reivindicación por la escuela pública se empezó a mezclar con el derecho a la libertad de expresión, no quieren que seamos visibles: lo que no se ve no existe.

Algún día he ido a la manifestación con la camiseta puesta pero he vuelto a casa con ella en el bolso. ¿Miedo? Me da miedo sentir miedo por llevar una camiseta.

Y la verdad es que a mí, el verde, el verdesperanza, me sienta fenomenal.

viernes, 11 de noviembre de 2011

The Sconetrap



Al leer que Luis Antonio ha perdido un blog me ha venido a la mente que hace poco, buscando no sé qué, topé con una imagen muy graciosa de un pitufo. El ambiente estaba tan convulso en esos momentos que nada más verla me dije: esa soy yo ahora mismo. Me hizo reír muchísimo así que en días posteriores la busqué y la busqué, como ahora Luis Antonio busca su blog. No encontrará su blog por mis rezos, no me acuerdo de ninguno y creo que hasta el Padrenuestro ha cambiado, igual si fuera el antiguo, el que aprendí cuando hice la Primera Comunión… Pero ni eso, mis rezos tampoco valdrían porque la verdad sea dicha, yo, la Primera Comunión, no la hice ni de largo, como mandan los cánones, sino con una minifalda y un velo justo hasta donde acababa ésta, que no sé cómo me dejaron entrar en la iglesia. Ideas de mi madre, seguro, que siempre le ha tirado la aguja y hacer trapitos para mí por puro entretenimiento.

A lo que iba, he buscado la imagen de aquél pitufo en varias ocasiones e intentado recordar qué demonios pondría yo en Google para que apareciera. Intentos inútiles que al cabo de un rato me han enfadado por la sensación de pérdida de tiempo.

Podría haber sido ésta:



O esta otra


Pero no lo son, a la vista está que no hay pitufos. No señor. No son ninguna de las dos.

¿Que cómo era? Había una ratonera, el pitufo llevaba una camiseta - azul, de pitufo- y tenía un extremo de la parte de atrás pillado en ella mientras con cara de susto intentaba darse a la fuga corriendo. Justo enfrente de él, más o menos, había una madriguera donde entraría directamente si lograba zafarse de la ratonera.

En medio de esta frustración ha aparecido la foto de un roll, haciéndome recordar la cantidad de veces que, con las amigas, me he sentado a disfrutar de un scone con mermelada y nata. ¡Qué golosas somos! Hoy no se come, solo un scone, ni se cena tampoco, de cena fruta, o si acaso un yogurcito. Y parece que nos lo creemos a pie juntillas pero sabemos que es una trampa que afecta directamente a nuestras formas. El premio gordo de estas transgresiones se lo lleva el bun de Sally Lunn en Bath, un lugar típico que no se puede dejar de visitar junto con las termas y la abadía, que están al lado. Un lugar mágico lleno de scones donde la mermelada te la sirven a granel. Riquísimo y gigantesco.

Y con esto, creo que cumplo de momento para que no desaparezca el blog. Por si las bloggermoscas.

jueves, 13 de octubre de 2011

Breaking bars

Me incluyo entre los que, no sé por qué, lamentaron la muerte de Steve Jobs. Sentí como que perdía algo. Se ha hablado mucho de él estos días, se le ha llamado gurú, visionario, se le ha reconocido su contribución a la tecnología de calidad y al trabajo bien hecho. Incluso se ha dicho que más que su inteligencia su valor residía en haber sabido rodearse de un grupo de gente cuya colaboración conjunta era lo que había conducido a hacer sus sueños realidad. Hay quien dice que sus formas no siempre fueron correctas hacia sus colaboradores y no dudaba en rechazar propuestas que ni se dignaba a considerar si no coincidían con lo que tenía en mente. Me asombró verle presentar un nuevo producto tan solo unos meses antes de su muerte con ese aspecto frágil al que la enfermedad le había llevado. Se mantuvo ahí hasta el final, supongo que, porque la ilusión por lo que hacía, era más fuerte que la enfermedad, porque no podía evitarlo.

Igual, precisamente, porque lamenté su muerte, cuando llegué a clase ese día, a mis alumnos de 1º de ESO, entre los que se encuentran futuros jueces, periodistas, pediatras, médicos, astronautas, antropólogos, actores y más, les mandé como deberes “to google Steve Jobs Stanford speech”, un discurso que alguien me recomendó escuchar hace tiempo porque sabía que me iba a gustar. Debían escuchar el discurso en inglés con subtítulos y seleccionar algo que él hubiera dicho que les hubiera llamado la atención para ponerlo en común en clase, debían apañarse para encontrar una cita breve y traerla en inglés.

Quizás una de las cosas que me atrae de Steve Jobs es su perseverancia inmutable hacia un objetivo, su capacidad de visualizar claramente su sueño hasta darle forma, por eso les mandé esos deberes a mis alumnos, porque conozco, en parte, sus sueños. Y también porque les gusta que les cuente cosas en inglés, porque se cansan, y porque, con toda sensatez, cuando les pregunté que qué esperaban de mí, una de sus respuestas fue “que les enseñara muchas cosas” y cuando les dije si querían pedirme algo, entre la variedad de respuestas encontré “pocos deberes” y “paciencia”.

Pero hay algo más, si sentí la muerte de Steve Jobs es porque me siento en deuda. En mis manos he tenido algo creado por él – el Ipad2- que me ha conducido a otro hombre a quien admiro mucho más: Michael S. Hart (1947-2011). Nos dejó en septiembre y, cosas de la vida, su muerte no ha tenido tanta trascendencia mediática pese a lo impresionante de su legado, que no se compra con dinero. Si Steve Jobs era capaz de crear la necesidad en el individuo – y futuro cliente- de poseer un nuevo producto a través de la funcionalidad, el diseño y la sofisticación hasta elevar a niveles excepcionales la competitividad de una empresa privada, el sueño de Michael S. Hart, filántropo creador del e-book y fundador del Proyecto Gutenberg, se propuso una meta alejada de cualquier planteamiento mercantilista, en concreto, hacer accesible a cualquiera que tenga un ordenador la ingente cantidad de libros de dominio público con el objetivo de que todo el mundo pudiera acceder a la cultura y el conocimiento de forma gratuita. La invención del e-book significaba algo más que la creación de un artefacto tecnológico, era un instrumento efectivo y eficiente para la distribución sin límites de la literatura, porque Hart sabía que la literatura y las ideas que en ella se expresan generan nuevas oportunidades.

No sólo llama la atención la dimensión del proyecto, que a día de hoy es muy vasto, sino también el funcionamiento interno que permite su crecimiento, día a día, libro a libro, en diferentes formatos, para que llegue a todos. La base fundamental es el espíritu colaborativo, que conforma una empresa de carácter altruista cuyo motor es la voluntariedad de sus participantes. Colaboración y organización hacen que el entramado funcione y se extienda. Por poner un ejemplo, a la hora de hacer un audio-book, se organiza por partes, como mínimo por capítulos, procurando que la misma persona lea, al menos, un capítulo entero, con el fin de evitar variaciones en la voz dentro del mismo libro. Se establecen plazos para el trabajo y cuando, por cualquier circunstancia, no se pueden cumplir, se comunica al coordinador, para que lo libere y pueda ser asumido por otra persona.

Abundan los estudiantes, cuya participación fluctúa dependiendo de la época del año. Ellos mismos muestran interés por determinado libro, e incluso algunos hacen auténticos trabajos de investigación, como buscar y seleccionar aquellos libros que se encuadran dentro de la misma temática. Se ve muy buena voluntad y sobre todo mucho entusiasmo. A mí misma me parece una idea muy atractiva.

Respecto a la vida de Hart, sus padres, ambos profesores de la Universidad de Illinois, siempre le animaron a buscar la verdad y a cuestionar la autoridad. Él siempre se jactó de ser una persona poco razonable. Una de sus citas favoritas, atribuida a Bernard Shaw, resume su enfoque sobre la vida:

“Reasonable people adapt themselves to the world. Unreasonable people attempt to adapt the world to themselves. All progress, therefore, depends on unreasonable people”

En julio de 2011 dijo que mucha gente todavía no es consciente de que los e-books son la primera cosa que podemos tener en la medida que queramos, aparte del aire.

Una cita dedicada a los que se dedicaban a poner la literatura a disposición de todo el mundo y en especial de los niños:

Learning is its own reward. Nothing I can say is better than that.

(Aprender es una recompense en sí misma. No puedo decir nada mejor)

Ambos, ellos, los dos, me gustan, me han aportado algo, los tengo presentes, a uno en el Ipad al otro en el e-book.

Próximos deberes para mis niños: Michael Hart.

http://www.gutenberg.org/wiki/Main_Page


viernes, 23 de septiembre de 2011

Akram



Llevaba días queriendo escribir sin saber sobre qué. Hoy, al levantarme, le he recordado y me he preguntado qué habría sido de él.

Mariola y yo estábamos en nuestro curso de verano. Aquella tarde habíamos cambiado la cena en el campus por unos mejillones con salsa en un pub y un paseo por esa preciosa ciudad, cuyo encanto se magnifica bajo la lluvia.

Bajo una llovizna agradable paseamos por calles, callejas y callejuelas. A lo largo del camino nos cruzamos con algún que otro lugareño que, al vernos solas por aquellos lares, debió de pensar que andábamos perdidas. Bajábamos las escaleras de un estrecho callejón -pared en un lado, árboles junto a una iglesia en el otro- paraguas en mano tras hacernos unas fotos tipo singing in the rain sacando el farolillo de la pared para mayor encanto, cuando nos encontramos de frente con una pareja. Él sujetaba una caña de pescar muy larga, ella caminaba pegada a su lado, sin caña. Fue él quien dijo:

- Are you OK? Las palabras mágicas que mi amiga Mariola necesitaba oír –tras ver al hombre caña en mano- para tomar las riendas de la conversación.

- Yes, Thank you. Just walking. Did you get any fish?

Para entonces al pescador se le había enredado la caña entre las ramas de un árbol. Sin embargo, sin perder la compostura y haciendo gala de una amabilidad one hundred per cent British, respondió:

- Well, one or two, dijo mientras libraba una verdadera batalla por sacar la caña de aquella maraña de ramas y hojas.

Mariola, con el entusiasmo que la caracteriza, apuntilló:

- And a tree!

Él no debió entender bien porque corrigió:

- No, not three, just two.

No worries, pensé, ahora te lo aclara Mariola. Siguieron con su conversación mientras yo centraba mi interés en cómo se las iba a ingeniar aquél hombre para desenredar la caña de la rama. No hubo mucho margen a mi inquietud. De repente, pegó un fuerte tirón y asunto acabado: en la caña quedaron los restos de media rama y se puede decir que ahí, prácticamente, se terminó la lustrosa conversación.

De vuelta en el autobús, conocimos a Akram. Estaba sentado delante de nosotras y cuando nos levantamos para salir también lo hizo él. Nos creyó italianas.

Debía de tener treinta y tantos años, era un estudiante nuevo y no sabía dónde dirigirse, nos pedía ayuda. Sabíamos que a esas horas no había nada abierto, ni siquiera un lugar donde encontrar otros estudiantes que pudieran ayudarle.

Nos dirigimos a la oficina donde fuimos recibidos el día que llegamos, con la esperanza de que hubiera alguien de guardia. Las puertas se abrieron a nuestro paso, las luces se encendieron, caminamos por varios pasillos, llamamos reiteradamente. Nada, no había nadie. Cruzamos la calle y entramos en el edificio de enfrente, por probar suerte. Más de lo mismo, ni un alma. Percibí una sensación rara, como de ficción, una ficción completamente real. Nos lo dijeron el primer día: todo estaba controlado con videocámaras - el campus y casi toda la ciudad- era una ciudad muy segura.

Mientras deambulábamos de un lugar a otro nos contó que era de Yemen y tenía una beca para estudiar un Máster sobre relaciones internacionales y estudios de género. Había trabajado como profesor de Inglés y como guía. Me dio la impresión de que su origen era humilde y quise saber por qué había sido becado. Fue el número dos de su promoción en la universidad. Mientras tanto, seguíamos sin encontrar a nadie. Empezó a sentirse violento por nosotras: porque era tarde, porque había irrumpido en nuestro camino. Le dijimos que estuviera tranquilo, que nosotras ya estábamos en casa y que le acompañaríamos hasta que estuviera bajo techo. No es que le viéramos desvalido, para nada, pero las dos le entendíamos perfectamente. Llevaba dos días viajando y se le veía cansado.

En vista de que no había forma de encontrar a nadie - se dice pronto- le pedimos que buscara algún teléfono de contacto. En la planta baja de nuestro edificio había una cabina pública. Hacia allí nos dirigíamos por una estrecha senda cuando alguien apareció a lo lejos. Por la proximidad de nuestro alojamiento creí que sería algún compañero de curso. Me equivoqué, era un chico de raza negra; pasó a mi lado mientras seguíamos hablando. Quise seguir la conversación pero mi atención estaba en el chico, que se alejaba de nosotros por momentos. Me di la vuelta y elevando la voz pregunté:

- Hi! Are you a student at the university?

Lo era. Él sí sabía qué hacer. Tras explicarle la situación nos acompañó hasta la oficina de guardia. Durante el camino hablaron entre ellos. Fueron al grano. Le preguntó que si había cenado y le dijo que cualquier cosa que necesitara podrían proporcionársela en una mezquita que había un poco más abajo. Mariola y yo empezamos a vislumbrar el fin de aquello, ya teníamos la certeza de que dormiría en su propia habitación y no tirado en el suelo de nuestra cocina comunitaria, que en ese momento estaría plagada de brujas - lo digo sin bromas- con la excusa de tomar un té.

Nos dirigimos a la oficina de guardia, casi a las afueras del campus, donde se registró y le dieron habitación. Mariola se encargó de que intercambiaran sus correos. Ya fuera, en la puerta y antes de tomar el camino de su habitación nos preguntó nuestros nombres y nos estrechó la mano. Nos dio las gracias. Cogió de nuevo nuestras manos, las apretó, volvió a darnos las gracias y terminó diciendo algo muy raro: algo bueno os sucederá pronto. También nos dijo el significado de su nombre, Akram significa generoso.