Hasta luego, Sísifo. Cierro la
puerta. Hace un sol espléndido en esta mañana de invierno. Me dirijo a ese parque
largo y estrecho. Todavía siento el cuerpo destemplado pero
sé que a la vuelta me sobrará la sudadera cuando el sol me dé de frente. Respiro
hondo y miro a mi alrededor mientras camino hacia esa hilera longitudinal de árboles
con ramas semidesnudas a través de la que se transparenta el parque. Me dejo llevar por mis pasos y mis sensaciones. Me dejo llevar
también por mis pensamientos, que cogen sus propios derroteros. Llego al
parque, que se abre en dos senderos, un chaval con un perro toma el sendero más
llano, así que yo el elijo el más escarpado. Subo despacio, pisando sobre la
poca hierba que crece en los laterales para no resbalar en el suelo fangoso
que cubre todo el tramo central.
Una vez arriba, si se mira al
frente y a lo lejos, una puede pensar que está en un inmenso parque, pero solo
hay que mirar a cualquiera de los dos lados para volver a la realidad. Aligero el
paso, aquí el suelo está más seco, me viene bien este tibio sol mañanero, lo
agradezco infinito. Necesito cansarme para descansar. Sigo caminando acompañada
por mis pensamientos hasta que llego a un lugar donde se acaba el camino. Si no
quiero volver sobre mis pasos no me queda otra que bajar por una pendiente
empinada que, a la luz de los datos, parece que otros ya han atravesado
satisfactoriamente. No hay restos de sangre ni ningún cartel que alerte del
peligro. Dudo un segundo. Algunas ramas me van a hacer zigzaguear -dichoso
verbo, se dice antes que se escribe- y
la arena hace el terreno inseguro. No puedo evitar pensar que si me caigo no
hay quien me auxilie. Bajo sin problema. Mañana repito. Continúo la ruta un poco
más allá y hago el camino en sentido contrario, ahora ya por un sendero recto y sin contratiempos. Calienta el sol, qué maravilla. Llego a casa y abro la puerta. Ya estoy de
vuelta, Sísifo.
Rodó la
piedra y otra vez como antes
la empujaré, la empujaré cuestarriba
para verla rodar de nuevo.
la empujaré, la empujaré cuestarriba
para verla rodar de nuevo.
Comienza la batalla que he librado mil veces
contra la piedra y Sísifo y mí mismo.
Piedra que nunca te detendrás en la cima:
te doy las gracias por rodar cuestabajo.
Sin este drama inútil sería inútil la vida.
José Emilio Pacheco