Después de aquel encuentro cada vez que coincidíamos tenía que esconder la mirada o simular que no le veía; él hacía lo propio. Me resulta difícil imaginar los pensamientos que pudieron pasar por su mente cuanto me dirigí a él. Se demoró en contestar, como si no le resultara fácil encontrar una respuesta adecuada a mi pregunta o necesitara medir bien las palabras, posiblemente porque calibrara dos posibles respuestas cuando solo una podía ser verbalizada. Él manejaba más datos que yo y contestó sabiendo que yo me estaba perdiendo algo; anticipaba mi reacción con la certeza de que, cualquier respuesta suya, tendría su impacto en mí y que, a su vez, un segundo después de emitirla, él se sentiría más turbado de lo que ya estaba.
Visto con la distancia de un hecho pasado entiendo su confusión. ¿Qué se puede responder ante tal pregunta? Ciertamente, tenía pocas opciones de respuesta, la pregunta era breve, simple y clara, no cabían ambigüedades. ¿Cómo habría reaccionado yo de haber estado en su lugar?
Con el paso de los días convertí cada encuentro, ya fuera al pasear por la playa o al cruzarnos en el hotel, en la imagen viva de aquella mañana clara de sol en que, a la hora del desayuno, entre despistada y muerta de hambre, me había acercado a aquel familiar perfil masculino y, fijándome en el objeto que llevaba en la mano, había preguntado:
Visto con la distancia de un hecho pasado entiendo su confusión. ¿Qué se puede responder ante tal pregunta? Ciertamente, tenía pocas opciones de respuesta, la pregunta era breve, simple y clara, no cabían ambigüedades. ¿Cómo habría reaccionado yo de haber estado en su lugar?
Con el paso de los días convertí cada encuentro, ya fuera al pasear por la playa o al cruzarnos en el hotel, en la imagen viva de aquella mañana clara de sol en que, a la hora del desayuno, entre despistada y muerta de hambre, me había acercado a aquel familiar perfil masculino y, fijándome en el objeto que llevaba en la mano, había preguntado:
-¿Y la jarrita para qué es?
-Supongo... que para la leche, me respondió, dubitatibamente, una voz que no conocía de nada.
No he conseguido imaginar de qué pregunta se trataba, pero al llegar al final me he quedado estupefacto...Ni por asomo la habría adivinado. Era el camarero, ¿no?
ResponderEliminarBesos
Pues no se puede negar que la pregunta se las trae; aunque la respuesta no es para menos.
ResponderEliminarMe ha encantado ese juego que te has traído entre lo trascendental y lo obvio y cotidiano.
Besos, Angie.
Pues todavía dudo...Besos
ResponderEliminarHay que trabajar mucho con la metempsicosis y la empatía pero a veces puede funcionar como una terrible ruleta rusa. Con todo hay que entender que los seres complejos necesitan tortuosas complejidades para acceder a otros seres complejos.
ResponderEliminarAlguien dijo una vez: No mentiríamos tanto si preguntasemos mucho menos.
ResponderEliminarEs que siempre llevaba la jarrita en la mano??? Érase un hombre a una jarrita pegado??? Por qué la pregunta le descoloca? Es que era una pregunta retórica???
ResponderEliminarPor diossssss, sácame de dudas, pls.
Un beso, Angie.
Estupefacto, obviamente, Luis Antonio, igual que me quedé yo. No era el camarero, no, era alguien a quien no conocía de nada y confundí con mi marido. Me despisté un segundo y cuando me acerqué creí que seguía allí, ni le miré, sencillamente vi que llevaba una jarrita en la mano y pregunté. Cuando contestó y levanté la vista no sabía dónde meterme de la vergüenza.
ResponderEliminarBesos
Cristal, menos mal que me dio por hacer esa preguntita y no otra. Aquello me hizo tanta gracia que no se me va de la mente, cada vez que lo recuerdo me vuelvo a reír. Cuando me cruzaba con él pensaba ¡el de la jarrita otra vez no, por favor! ¡Qué situación!
Besos
Dr. Krapp, vale, ya trabajaré la metempsicosis esa. Sí, sí, debo de estar un poco verde en metempsicosis.
ResponderEliminarBesos.
Fígaro, no sé si sigues con dudas, espero que ya no. Besos.
Te aseguro que yo no mentí Desastre, solo pregunté. Ya me fijo más, bastante más. Muchos besos.
Novicia, yo creo que desde aquél día él dudaría al coger una jarrita. Supongo que cada vez que me viera pensaría: la pirada de la preguntita de marras. Te aseguro que me río tanto todavía que bien merecía una entrada de blog, para que no lo olvide. Lo traigo con mucha frecuencia a mi mente. Me encanta recordarlo, será porque sigue teniendo la capacidad de hacerme reír.
ResponderEliminarMuchos besos.
Lindo día...
ResponderEliminarPasaba por estos lares y al ver la puerta abierta entre a saludarte..
Ha sido un placer leerte.. buena semana
Encantada de que hayas entrado, Balovega. ya sabes, cuando quieras.
ResponderEliminarUn saludo.
Me ha encantado la manera de poner en forma de breve relato un acontecimiento banal. Has sabido convertirlo en algo trascendente.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Miguel. Bienvenido a este rinconcito tetero. Me alegra que te haya gustado. A mi hay cosas que no me terminan de convencer: el hombre sombra con corbata no me gusta y el título de la entrada tampoco. En realidad el título que me gustaba era La jarrita, que es lo que me viene a la cabeza cuando pienso en este asunto, pero no encontré ninguna jarrita que cuadrara con mis gustos en todo Internet. ¡Que debo de ser muy exigente! (en jarritas). No descarto cambiarlo en cualquier momento.
ResponderEliminarY ya ves que para mí ha tenido trascendencia.
Te dejo besos en este día brillante de sol madrileño. Gracias por pasar por aquí.