No es algo
que a mí me haya llamado especialmente la atención. Me refiero a la jardinería.
Pero ahora me relaja y tal y como estaban las cosas había que hacer recortes. Al llegar a casa pude comprobar que aquello que regalaba
la vista con un abanico infinito de tonalidades se había convertido en una
maraña de hojas secas, que crujían quejosas al tocarlas y se deshacían en mis
manos al simple tacto. De la fuerza y el colorido con que las traje a casa al
entrar la primavera no quedaba casi nada. Sí, digo bien, casi nada. Porque…
porque igual no todo estaba perdido. Al menos había que intentarlo.
Me puse
manos a la obra. Los geranios eran urgentes, parecía que no quedaba nada de ellos. Nada de aquel rojo intenso aterciopelado que tanto había llamado mi
atención ni de aquel blanco que,
inevitablemente –pensé-, contrastaría elegantemente a su lado. Dos colores que
perfectamente se complementaban desde el lugar que cada uno ostentaba. Nada
quedaba de aquella fuerza casi rabiosa que los hacía desbordarse, majestuosos,
desde todos los ángulos de su constreñido receptáculo, o sea, el tiesto. Corté,
no sé si por lo sano, pero sí de raíz, y los regué llena de esperanza. Tengo que decirlo: ya hay brotes verdes.
Y después
me dediqué al resto, que no fue nada, pero nada fácil. ¡Por todos los cielos!
¡Aquella planta que me dio mi madre se
había hecho con toda la jardinera, no había tenido piedad de nada de lo que la
rodeaba! Entonces entendí aquello que me dijo de que no le hacía falta echar
raíces antes de plantarla. ¡Por supuesto que no! Es más, tengo mis dudas de que
no sea carnívora. Sus hojas crecían robustas y gigantes y además, además… había
criado unos gusanos verdes que se estaban zampando a placer todas las hojas de
las plantas de al lado y las había dejado convertidas en una especie de esqueleto
vegetal. Ni hablar, fui a por el “hogar y plantas” y, verbalizando en alto,
dije: ayer fue “hogar” –por los mosquitos que me habían acribillado”- hoy es
“plantas”. Me deshice de los gusanos, que eran verdes y… ¡diantre!, lustrosos. Corté
dos esquejes y puse cada uno en un tiesto: que se apañen, que esto es como lo
del pez grande y el chico.
Otras se
habían perdido del todo y necesitaban renovarse. Seleccioné más esquejes y los puse
en agua, otros, armándome de gran valor, los planté directamente. Introduje mis
manos en la tierra de cada tiesto y la saqué para airearla y mezclarla con otra
nueva. Aparecieron arañas, hormigas y probablemente otros bichos que no se ven
pero están, así que no miré mucho por si aparecían gusanos y… esta parte
prefiero dejarla aquí por si alguien que leyera esto fuera susceptible a los bichos, y al fin y al cabo lo importante es que el tema plantas ha quedado medianamente
solucionado.
Lo primero
que hago, todos los días, nada más levantarme es ir a verlas, parece que van
bien. Saldrán adelante.
Lo que he
aprendido:
- Que en el mismo espacio es mejor no mezclar plantas.
- Que lo del grande y el chico no es aplicable solo a peces, úsese para todo.
- Que bichos….bichos va a haber siempre.
- Y lo más importante: que al hijo no se le puede dejar al cuidado de las plantas.