jueves, 13 de octubre de 2011

Breaking bars

Me incluyo entre los que, no sé por qué, lamentaron la muerte de Steve Jobs. Sentí como que perdía algo. Se ha hablado mucho de él estos días, se le ha llamado gurú, visionario, se le ha reconocido su contribución a la tecnología de calidad y al trabajo bien hecho. Incluso se ha dicho que más que su inteligencia su valor residía en haber sabido rodearse de un grupo de gente cuya colaboración conjunta era lo que había conducido a hacer sus sueños realidad. Hay quien dice que sus formas no siempre fueron correctas hacia sus colaboradores y no dudaba en rechazar propuestas que ni se dignaba a considerar si no coincidían con lo que tenía en mente. Me asombró verle presentar un nuevo producto tan solo unos meses antes de su muerte con ese aspecto frágil al que la enfermedad le había llevado. Se mantuvo ahí hasta el final, supongo que, porque la ilusión por lo que hacía, era más fuerte que la enfermedad, porque no podía evitarlo.

Igual, precisamente, porque lamenté su muerte, cuando llegué a clase ese día, a mis alumnos de 1º de ESO, entre los que se encuentran futuros jueces, periodistas, pediatras, médicos, astronautas, antropólogos, actores y más, les mandé como deberes “to google Steve Jobs Stanford speech”, un discurso que alguien me recomendó escuchar hace tiempo porque sabía que me iba a gustar. Debían escuchar el discurso en inglés con subtítulos y seleccionar algo que él hubiera dicho que les hubiera llamado la atención para ponerlo en común en clase, debían apañarse para encontrar una cita breve y traerla en inglés.

Quizás una de las cosas que me atrae de Steve Jobs es su perseverancia inmutable hacia un objetivo, su capacidad de visualizar claramente su sueño hasta darle forma, por eso les mandé esos deberes a mis alumnos, porque conozco, en parte, sus sueños. Y también porque les gusta que les cuente cosas en inglés, porque se cansan, y porque, con toda sensatez, cuando les pregunté que qué esperaban de mí, una de sus respuestas fue “que les enseñara muchas cosas” y cuando les dije si querían pedirme algo, entre la variedad de respuestas encontré “pocos deberes” y “paciencia”.

Pero hay algo más, si sentí la muerte de Steve Jobs es porque me siento en deuda. En mis manos he tenido algo creado por él – el Ipad2- que me ha conducido a otro hombre a quien admiro mucho más: Michael S. Hart (1947-2011). Nos dejó en septiembre y, cosas de la vida, su muerte no ha tenido tanta trascendencia mediática pese a lo impresionante de su legado, que no se compra con dinero. Si Steve Jobs era capaz de crear la necesidad en el individuo – y futuro cliente- de poseer un nuevo producto a través de la funcionalidad, el diseño y la sofisticación hasta elevar a niveles excepcionales la competitividad de una empresa privada, el sueño de Michael S. Hart, filántropo creador del e-book y fundador del Proyecto Gutenberg, se propuso una meta alejada de cualquier planteamiento mercantilista, en concreto, hacer accesible a cualquiera que tenga un ordenador la ingente cantidad de libros de dominio público con el objetivo de que todo el mundo pudiera acceder a la cultura y el conocimiento de forma gratuita. La invención del e-book significaba algo más que la creación de un artefacto tecnológico, era un instrumento efectivo y eficiente para la distribución sin límites de la literatura, porque Hart sabía que la literatura y las ideas que en ella se expresan generan nuevas oportunidades.

No sólo llama la atención la dimensión del proyecto, que a día de hoy es muy vasto, sino también el funcionamiento interno que permite su crecimiento, día a día, libro a libro, en diferentes formatos, para que llegue a todos. La base fundamental es el espíritu colaborativo, que conforma una empresa de carácter altruista cuyo motor es la voluntariedad de sus participantes. Colaboración y organización hacen que el entramado funcione y se extienda. Por poner un ejemplo, a la hora de hacer un audio-book, se organiza por partes, como mínimo por capítulos, procurando que la misma persona lea, al menos, un capítulo entero, con el fin de evitar variaciones en la voz dentro del mismo libro. Se establecen plazos para el trabajo y cuando, por cualquier circunstancia, no se pueden cumplir, se comunica al coordinador, para que lo libere y pueda ser asumido por otra persona.

Abundan los estudiantes, cuya participación fluctúa dependiendo de la época del año. Ellos mismos muestran interés por determinado libro, e incluso algunos hacen auténticos trabajos de investigación, como buscar y seleccionar aquellos libros que se encuadran dentro de la misma temática. Se ve muy buena voluntad y sobre todo mucho entusiasmo. A mí misma me parece una idea muy atractiva.

Respecto a la vida de Hart, sus padres, ambos profesores de la Universidad de Illinois, siempre le animaron a buscar la verdad y a cuestionar la autoridad. Él siempre se jactó de ser una persona poco razonable. Una de sus citas favoritas, atribuida a Bernard Shaw, resume su enfoque sobre la vida:

“Reasonable people adapt themselves to the world. Unreasonable people attempt to adapt the world to themselves. All progress, therefore, depends on unreasonable people”

En julio de 2011 dijo que mucha gente todavía no es consciente de que los e-books son la primera cosa que podemos tener en la medida que queramos, aparte del aire.

Una cita dedicada a los que se dedicaban a poner la literatura a disposición de todo el mundo y en especial de los niños:

Learning is its own reward. Nothing I can say is better than that.

(Aprender es una recompense en sí misma. No puedo decir nada mejor)

Ambos, ellos, los dos, me gustan, me han aportado algo, los tengo presentes, a uno en el Ipad al otro en el e-book.

Próximos deberes para mis niños: Michael Hart.

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