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lunes, 23 de diciembre de 2013

Paseos de Navidad

Salí a disfrutar del sol radiante de la mañana dispuesta a hacer algunos kilómetros a paso ligero. Armada  con el móvil, que contara mis pasos,  busqué en el MP3 mis listas de reproducción pero, desgraciadamente, aquello no funcionaba. Los de Samsung deben de programar la obsolescencia de sus dispositivos para que no duren más de tres años. Me ha pasado a mí, entre otros. Solo funcionaba la mitad izquierda, la parte derecha había quedado paralizada en una especie de ictus tecnológico. Ya sabéis, quedaos con el nombre, SAMSUNG. 
Como compensación, la radio había quedado sintonizada en un punto donde, en ese momento, emitían un programa de jazz que encajaba perfectamente con el paisaje. El efecto de la música, solo interrumpida oportunamente para introducir una nueva pieza o comentar la grandeza de su creador, me hizo cambiar de idea y poco a poco aminoré la marcha para centrarme principalmente en lo que se me presentaba ante la vista. 
Era uno de esos días resplandecientes de invierno en que el sol te alcanza como una caricia y mi piel lo recibía ya a un paso sosegado. Pese a lo espectacular de la mañana, apenas se veía un alma por el parque. Me acerqué al lago para ver los patos. Están tan sobrealimentados que me pareció que la población de ánades había aumentado desde la última vez que aparecí por allí. Esquivando la fría sombra, tomé el sendero que bordeaba el lago, incomodando de cuando en cuando a los pacíficos patos, que disfrutaban del sol fuera del agua y que, al sentir mi presencia, quejosos izaban el vuelo para dejarse caer con delicadeza sobre el agua. 
A cada tramo del recorrido se abría un nuevo camino que revelaba nuevas imágenes por explorar.  Y fotografié caminos. 
Hasta los árboles se veían bellos al transparentarse sus esqueléticas y rígidas ramas sobre el fondo azul del cielo.
Los tonos ocres de las hojas que antes los habitaban, daban color y moteaban con variadas formas el terroso suelo, y las zonas más umbrías, pese a lo entrado de la mañana, aún mostraban restos de hielo, lo que corroboraba el frío de la pasada noche invernal.
 
Pasé por unos columpios. Unas barras paralelas me recordaron la época en que me dejaba colgar de una barra para luego levantarme de un impulso y  pasar a la otra. Llegué a un árbol que aún no había perdido las hojas y tomé algunas bolitas de sus ramas con el fin de plantarlas posteriormente.
 
Ya hacia el final del camino, llegué a una gran catarata artificial y me paré a escuchar el rítmico y vivo sonido del agua, que ahora se mezclaba con la música. Muy cerca, una especie de plataforma se adentraba en el lago. Me acerqué hasta el borde para visualizar todo el conjunto. La voz del locutor al despedir el programa me pilló tan desprevenida que casi me caigo al agua.

Es uno de los mejores ratos que he pasado últimamente así que es mi forma de deciros

¡Feliz Navidad!