Lo primero que conoció de él le llegó a través de otra persona. Al gesto indicativo de ella miró hacia la puerta que estaba al fondo del vestíbulo donde, a cierta distancia, una figura de espaldas destacaba al trasluz de la media tarde. Cuando sus miradas coincidieron en ese punto lo definió en tres palabras. Sin embargo, queriendo retratarlo a él se había retratado ella. No le gustó, no, no le gustó ella.
La primera vez que hablaron él se había centrado en cuestiones prácticas y, a lo largo de la conversación, resultó que tenían un conocido en común, para él un viejo amigo, para ella, no. Cualquier otra indagación al hilo de este hallazgo resultó infructuosa. Era de esperar, qué importaba. Ella habría hecho lo mismo. Después, las pocas veces que habían coincidido habían charlado brevemente sobre cuestiones profesionales y él le había dejado algún material que ella había agradecido. Pasado un tiempo pensó que aquel libro de texto que tan útil le estaba resultando a ella podría servirle a él. Y cuando lo vio, se lo dijo.
Desde que dejara allí el libro por primera vez, cada vez que lo había necesitado había realizado el mismo ritual. Abría el casillero, despegaba el deteriorado celo que mantenía la nota unida al libro, hacía las copias que necesitaba y volvía a pegar la nota al libro. Sorteando lápices, bolígrafos y otros artículos de papelería de la parte delantera, volvía a colocarlo en posición vertical, apoyado sobre la simétrica fila de carpetas y libros que ocupaba el fondo, la nota blanca resaltando sobre el azul del libro.
Pero aquel día no, aquél día, después de leer la nota detenidamente….
Feliz Día del Libro ( Me adelanto)