domingo, 7 de septiembre de 2014

Fue en Bamberg


Era media tarde y caminaba al resguardo de mi paraguas. El tiempo había estado muy inestable durante todo el día. A ratos paraba pero, de repente, el cielo descargaba una lluvia torrencial que salpicaba las calles de gabardinas e impermeables. Se había quedado un ambiente fresco que resultaba agradable pese a una leve llovizna que aún persistía y mi atención vagaba despistada de un lado para otro sin encontrar un lugar fijo donde quedarse. Así fue hasta que los vi. Eran cuatro y se encontraban a una distancia prudencial de mí, la suficiente para que sus gestos y ademanes  me hicieran sentir curiosidad.  Uno de ellos elevó el tono de voz al tiempo que avanzaba  y retrocedía ligeramente mientras le explicaba algo a otro acerca de un objeto que se pasaban de mano en mano.

Me encontraba calculando la edad que tendrían aquellos sujetos, que imaginaba podrían rondar los treinta y tantos, cuando tres de ellos se alejaron dejando al cuarto solo en el umbral de un portal desde donde les hacía  enérgicas señas con la mano izquierda mientras con la contraria sujetaba el objeto del que habían estado hablando. La distancia que nos separaba no me permitía oír claramente lo que hablaban entre ellos pero sí palabras aisladas que iban dirigidas al chico que se había quedado solo. Fue entonces cuando en mi mente se fue forjando una idea. Cabía la posibilidad de cambiar aquella situación que se iba presentando ante mí con nitidez meridiana con cada paso que avanzaba. Tras cada uno de mis pasos sentimientos encontrados animaban e inhibían mi intervención. Mi cabeza bullía lanzando síes y noes a diestro y siniestro. Eses y enes, más eses y más enes chocaban con ies y oes en una interminable lucha por ganar la batalla. Les cogería por sorpresa, desbarataría sus planes. Lo haría. Ya estaba prácticamente allí. Ahora estaban los tres muy juntos. Era el momento. Me acerqué por detrás, agarré fuerte el paraguas y lo coloqué entre los tres en el preciso momento en que sonó el click.