Llegaron anteayer. Los esperaba. Llevo días observando las ciruelas y sabiendo que estaban al caer. Sus ciruelas ya estàn màs que maduras. Hay unos ramilletes espectaculares, pero cerca, muy a mi alcance, cuelgan unas seis o siete formando una hilera. Cada vez que las miro me dan ganas de subirme a una silla y zas, zas, zas, zas, zas, zas y zas, las siete a mi cocina.
Ya sea porque la tentación no era demasiado fuerte o porque en el fondo creí que se demorarían un poco más, su llegada frustró mis planes. Ayer por la mañana, mientras desayunaba, le oí entre las ramas. Vestido con su mono azul, casi imperceptible entre tanta hoja verde, se hallaba en lo alto de esa gigantesca escalera que sólo usa cuando poda el árbol o recoge la cosecha. Ciruela a ciruela, cambiando de lugar sigilosamente, como si las ciruelas pudieran oírle, fue dejando el árbol vacío de sus jugosos frutos.
A media mañana podría decirse que la recolección había terminado. Podría decirse, porque seis o siete ciruelas formando una hilera aún pendían de aquel recién despojado árbol.
Ya sea porque la tentación no era demasiado fuerte o porque en el fondo creí que se demorarían un poco más, su llegada frustró mis planes. Ayer por la mañana, mientras desayunaba, le oí entre las ramas. Vestido con su mono azul, casi imperceptible entre tanta hoja verde, se hallaba en lo alto de esa gigantesca escalera que sólo usa cuando poda el árbol o recoge la cosecha. Ciruela a ciruela, cambiando de lugar sigilosamente, como si las ciruelas pudieran oírle, fue dejando el árbol vacío de sus jugosos frutos.
A media mañana podría decirse que la recolección había terminado. Podría decirse, porque seis o siete ciruelas formando una hilera aún pendían de aquel recién despojado árbol.