miércoles, 23 de abril de 2014

Historias de libros y libros con historias.


Haciendo honor al día del libro me apetece contar algo sobre él. Pues bien, resulta que una de las funciones que los profesores tenemos en nuestro horario es la atención a la biblioteca del centro. A diferencia del curso pasado, en que varios miembros del Departamento teníamos asignada una hora de atención a la biblioteca, este curso escolar tengo yo el monopolio entero, una hora a la semana. A principio de curso, la encargada de la biblioteca nos informó de las tareas a realizar y, si antes le tocó el turno a comprobar los libros existentes y liberar los registros de libros perdidos, ahora tocaba terminar lo pendiente y colocar y ordenar los libros en nuevos estantes.  Pero como veréis en seguida, una sencilla tarea como la que describo, puede ser no apta para claustrofóbicos en baja forma física.

La biblioteca es amplia, soleada y siempre mantiene un ambiente cálido, porque el sol entra por unas ventanas u otras dependiendo de la hora del día. Un premio gordo. Justo al entrar hay un rectángulo de dobles mesas con ordenadores para uso de los alumnos y, en un lateral, entre las mesas y la hilera de armarios con libros, se forma un estrecho pasillo. Pues ahí mismo, justo en ese estrecho pasillo es donde se encuentra el meollo de inglés. ¿Y cuál es el problema? Pues veréis. Cada vez que me pongo a la tarea, tengo que abrir las hojas de cristal que están cerradas con llave y, cuando lo hago, quedo como si yo misma estuviera dentro de un armario. Como las puertas están un poco desencajadas, no abren del todo y tengo que forzarlas ese pelín que hace que se abran más de lo que deberían. Es así, o ellas, o yo, porque tampoco se quedan quietas, se vencen hacia mí. Y no, no se pueden mover las mesas de los ordenadores para hacer más espacio porque, uno, está todo lleno de regletas y enchufes y dos, taparíamos la entrada a la biblioteca.

Mi función es clasificar los libros y colocarlos en el estante de literatura americana o literatura inglesa y supongo que no os sorprenderéis si os digo que esas dos baldas son exactamente las dos más cercanas al suelo. ¿Me estáis viendo? ¿Me podéis ver colocando libros en la última balda, entre las dos puertas de cristal? Pues si alguien entra, desde luego no lo tiene fácil para encontrarme.  Todo se reduce a un buen ejercicio de piernas y contorsionismo dentro de ese estrecho habitáculo donde la movilidad es muy reducida: arriba, abajo, delante, detras. Cojo un montoncito para clasificar, lo dejo como puedo en un hueco de la mesa de uno de los ordenadores, alargo la mano, cojo uno, si pertenece a la balda de arriba, me levanto, si es de la de abajo, me acuclillo, si no es de ninguna de las dos no sé qué hacer con él.

Terminar las dos baldas me dejó muy satisfecha. Ya solo me quedaban los libros de lecturas graduadas. Perfecto, están en una balda de altura media a la que llego de pie. Estupendo. Están por colorines, así que los puedo colocar a puñados pero, un momento, ¿y esa balda de arriba? ¿y la de debajo de los colorines? ¿todo eso también está manga por hombro? Tengo que tirar de silla, tengo que verlo, me subo, cojo un montón, todo está mezclado, sigo colocando en las baldas anteriores lo que corresponde y cuando no cabe sigo con la nueva. Subo y bajo de la silla una y otra vez. Cuando la balda alta se va llenando a la mitad me asusto, se mueve. Ahora entiendo por qué los libros estaban colocados en la parte delantera de ésta, falta un soporte al fondo y se vence. O espabilo o se me vuelca la balda cercana al techo sobre la de los colorines. Los agarro y los acerco. Suena el timbre de la siguiente hora de clase.

Y entre subir y bajar me encontraba con aquellos libros que me sugerían: este, igual para MAE, este para…porque ahora sé lo que hay y dónde está todo, y para el trayecto del curso de pintura encontré una joya. Un libro viejo, manoseado, con las hojas amarillas, captó mi atención: “Recollections. Ten stories on five themes”. La primera historia, “Through the Tunnel” era de Doris Lessing. Empecé a leerla en el trayecto de ida y me cautivó. Después del curso me pasé por el Jardín Botánico para ver qué había florecido. La historia de Jerry me había dejado tan intrigada que, tan pronto como encontré un banco al sol, saqué el libro y reanudé la lectura interrumpida. Ensimismada, me metí en el pellejo del muchacho, y su angustia me hacía sentir el fresco de la sombra al alcanzarme. Jerry avanzaba y yo recolocaba mi posición al sol, como si la calidez de sus rayos sirvieran también para darle fuerzas… Y cuando terminé de leer su historia, ya me encontraba en el extremo del banco.

Aún hay más, una serie de preguntas al final de cada historia nos invita a releerla, a fijarnos en detalles que podrían habernos pasado desapercibidos, a reflexionar sobre los sentimientos de cada uno de los personajes, a descifrar lo que no es explícito. Lo que decía, una joya. Estoy deseando leer lo que tienen que decir Susan Hill, Denys Val Baker, John Wain, Roald Dahl, John Steinbeck, Lesley Rowlands, Alan Paton, James Joyce y Katherine Mansfield.

Y para vosotros, rosas.

viernes, 11 de abril de 2014

A la playa


"My life is like a stroll on the beach...as near to the edge as I can go"
Thoreau.
Resumo: siempre al borde. 
Añado: los bordes que más me gustan son los de tierra y agua. Otros bordes...quedan orillados.

Y que luzca el sol...