viernes, 12 de agosto de 2011

Being touched


Yo no lo decidí, ellas mismas, al colocarse, encontraron su lugar dentro de un orden. Me gustan estas fotos. Me ha resultado difícil elegir solo unas cuantas. Las dos primeras me atraen mucho por el contraste de luz. Llevaba días mirando esa extensa explanada pero aquel día me quede pasmada. Sabía que el sol me dejaría, lo sabía, y me dejó: me llevé esa vista.


Este árbol no es nuevo, ya estaba en la foto anterior. Y ahí está, imponente, altivo, agarrado a la tierra y mirando al cielo, poderosamente tranquilo. A veces una imagen no vale más que mil palabras, ni mil palabras la explicarían porque ésta no es la imagen, tan sólo un retazo.

Mil cosas me han emocionado: el tamaño de los árboles, el color de las flores. Es difícil explicarlo.
Me perdía en el tamaño de los árboles, en el exultante y perfecto color de las flores. Me paraba, fotografiaba: verde, azul, rojo, amarillo, morado, ningún tono igual, todos llamativamente provocadores, atrayentes.

Y también fotografié otras cosas:

Una farola entre el mar y el cielo...

Agua, cielo y un árbol enclenque...

Patos.....

Patitos...


Me acabo de cargar una foto. Este ordenador me hace muchas faenas... Era solo agua.... sin patos.


Otro árbol...

Estos arbolitos que miro todos los días antes de entrar en clase...

Casitas....No, tan casitas....

Y un cerebro en el suelo. ¡Menuda cabeza! Bueno, menuda, precisamente, no.

Ya está.


sábado, 9 de julio de 2011

Veraneantes II

Oh my dear! ¡Qué vida ésta la del veraneante!: de la cama a la mesa y de la mesa a la playa; de la playa a la ducha… y a la mesa; de la mesa a la siesta. De la siesta a la playa y de la playa… vuelta a la ducha –¡qué monotonía! De la ducha al paseo, y del paseo... a la mesa. De la mesa a la cama y a descansar del ajetreo. ¡Y mañana vuelta a empezar! Oh dear me, creo que estoy en un círculo vicioso!

No escribo más, que ahora estoy en siesta y no me viene bien romper los hábitos bien adquiridos. Si esto es siesta, luego toca playa, ¿no?

lunes, 16 de mayo de 2011

Veraneantes


A lo largo de dos horas y media que se pasan volando, Miguel del Arco nos muestra la insatisfacción y frustración que sienten un grupo de veraneantes a través de las relaciones que se establecen entre ellos. Ellos van veranear, ellos quieren descansar, ellos irán desenhebrando la madeja que llevan dentro. El vestuario veraniego y los pies descalzos solo son el envoltorio del frío invierno que llevan dentro.

Cada personaje podría ser alguna persona de nuestro propio entorno y resulta difícil no identificarse con los sentimientos que, como lluvia fina, van cayendo incesantemente sobre el patio de butacas. En cierto modo, el malestar y la impotencia son dolencias universales de difícil tratamiento.

Con gran maestría, lo rancio, lo irónico y lo patético se mezcla con lo musical, así como con determinadas dosis de humor, obligando al espectador a cambiar de registro continuamente. Se tratan muchos temas con agilidad y sin delicadeza, pedazos de realidad cruda y desnuda. Las continuas entradas y salidas a escena de los personajes resultan tan naturales como el escenario, desprovisto de todo ornamento y artificio. Valen los personajes, por su enérgica interpretación y por el mensaje que transmiten, que llega directamente por la disposición de actores y espectadores: los actores ocupan el centro del espacio; los espectadores visualizan la obra desde los cuatros costados del cuadrilátero; las idas y venidas a escena de los actores se hacen equilibradamente por los cuatro extremos del escenario, mezclándose prácticamente con el público, que queda así prácticamente integrado en la obra.

A la insatisfacción y desilusión personal se añade la insatisfacción colectiva, la que deriva de vivir en una sociedad competitiva, egoísta y desprovista de afectos. Después de un siglo todo sigue igual, el progreso queda reducido al paso del tiempo y al logro de objetivos materiales a cualquier precio. Los individuos son otros, los planteamientos muy parecidos.

Constituye una crítica hacia la sociedad y al tipo de individuos que formamos parte de ella. Basada en la obra de Maxim Gorki, Veraneantes es un llamamiento más a la indignación, nada que ya no sepamos pero que conviene reiterar, más que lo que se cuenta es cómo se cuenta.

Se representa en el Teatro de La Abadía en Madrid, hasta el 29 de mayo. Es un teatro pequeñito, recogido, nunca había estado allí, y está ubicado dentro de una especie de pequeño jardín cuidado con esmero.

Hace ya días que la vi pero el texto se había quedado a medias, o lo terminaba o me caducaba como los yogures.

La foto, por supuesto, de don Google.

lunes, 25 de abril de 2011

Arena

Arena


Arena, arena,

arena clara,

al calor de tu túnica sinuosa

de ocres, mieles y plata,

se despiertan los sueños,

se libera el pensamiento,

vuela el alma.


Entre tu piel de caramelo

y el manto azul del cielo

me roza la brisa,

suave y serena,

respiro,

despierto al mar inmenso.


Al sonido del latir del mar

tomo impulso, me levanto, piso.

En la orilla,

olas desenredadas

se me acercan,

dibujan caminos,

cubriendo los guijarros

de cristalinas transparencias,

de burbujas desperezadas,

ligeras, sosegadas.



Juegos de niños,

cuna de traviesas aguas,

abrazo de mar y tierra,

me alejo para volver siempre

a tu vaivén esmeralda.


viernes, 18 de marzo de 2011

Romance de la Evaluación


Me hallaba bien aburrida de corregir y corregir lo que nadie va a leer, cansada de leer y leer las mismas líneas de las mismas páginas, cansada de enmendar, rectificar, señalar, anotar y sumar, todo ello con mi Pilot rojo - ¿por qué no te pasas al verde?, me dijo una vez un amigo- cuando, al hacer un alto en el camino, he tropezado con este ¿Romance? que me envió una amiga -no profesora para suerte suya- hace un tiempo. No sé si lo conoceréis pero refleja de alguna manera esas deliberaciones que hacen que las Sesiones de Evaluación se alarguen sin ningún criterio hasta el infinito.

Inauguro el lunes las Sesiones de Evaluación con mi querido grupo. Cada vez que veo el elevado número de profesores involucrados en la enseñanza de estos alumnos no puedo evitar preguntarme -a mí misma y sin que nadie me oiga- qué es lo que funciona tan mal para que tanto profesorado junto no consiga arrancar algún que otro mal aprobado entre esa maraña de suspensos.

No me enrollo más, mi conciencia me agobia por la tarea que todavía me queda.

Sólo un apunte más, donde dice LOGSE, ya debería decir LOE. La ley cambia, muchas situaciones permanecen.

Romance de la Evaluación


La sesión de evaluación

dispuesta a empezar estaba

el tutor que era de Lengua,

dijo que todos callaran

y pidió a la Orientadora

que, por favor, se sentara.


La Orientadora, psicóloga,

tiene en propiedad su plaza

desde que la LOGSE impera

en los Centros de Enseñanza.

Sabe al dedillo la Ley,

habla la jerga bárbara

de los psicopedagogos

y de la fauna logsiana.


Comienza la evaluación,

las notas así se cantan:

Iván Peláez Borrego.

Con este mozo, ¿qué pasa?

A éste le quedan seis.

Titulación denegada.


Pero habló la Orientadora,

y de esta manera hablaba:

“No nos permite la LOGSE

hacer tan gran canallada.

Si algún alumno o alumna

no superase algún área

siendo con insuficiente

evaluado o evaluada,

debe discutirse aquí

si es persona preparada,

si domina las destrezas,

los objetivos de etapa,

si se ajustan los diseños

si se dan las circunstancias,

si se hizo adaptación

al chaval o a la chavala

si de los procedimientos

se llevó relación clara

y si de las actitudes

quedó notoria constancia.

¿Detectáronse a tiempo

todas esas problemáticas?

¿Se hicieron formularios,

programaciones de aula?

¿Motivósele al efecto con

estrategia adecuada?

¿Hizose por el tutor

en la clase un sociograma?”


Muchos de los profesores

se miran, piensan y callan.

Hízose largo silencio,

ni una mosca se escuchaba.

Y luego el de Historia habló.

Bien oiréis lo que hablaba:

“¡Pero si este mozalbete

las más de las veces falta!

Y cuando viene, molesta,

grita, juega, se levanta;

no atiende al profesor,

ni estudia ni trabaja;

no se está quieto un momento,

de los profesores pasa,

es deslenguado soez,

torpe, necio y tarambana.

¿Cómo darle el mismo título

que al que se aplica y se afana

y saca muy buenas notas

y cumple normas y pautas?

Sería inicua injusticia,

sería indecente práctica,

sería de los calzones

hacerse la gran bajada.”


Los profesores se miran

y, con voz amortiguada,

se comentan a la oreja

las cosas que allí se tratan.

Los más parecen de acuerdo,

otros niegan y rechazan.

“¡Como podéis decir eso!”


Y la Orientadora exclama:

“¡No queréis tener en cuenta

la normativa aprobada!

¿Te has leído el plan de Centro?

¿Has repasado las páginas

de los valiosos Diseños

Curriculares de Etapa?

¿Practicas la evaluación

continua y bien adaptada?

¿No aplicas en tu clase

la enseñanza igualitaria?

Si el muchacho no te atiende,

será porque usas la práctica

de la lección magistral,

que es retrógrada y nefasta.

Debes dar motivación

y educación y enseñanza,

descender de la tarima,

que es plataforma tiránica;

debes ser más solidario

con chavales y chavalas,

darles menos contenidos

que no hacen mucha falta

y mirar sus intereses,

captar bien su idiosincrasia

y educar en valores

de sociedad democrática;

ser más tolerante y lúdico,

ser con ellos camaradas

y mostrarte comprensivo

en cada unidad didáctica.”


“Pero, aprobando a éste,

¿quién el título no alcanza?

Veremos el próximo curso

cómo vienen a las aulas

a cursar Bachillerato

así, por toda la jeta,

un montón de analfabetos,

inútiles, vagos y caras.

Mozalbetes ignorantes

e iletradas muchachas

que no hacen ni la O

con un canuto de caña.”


Subieron las discusiones

arreciaron las palabras

se esgrimieron circulares

leyes, fueros y ordenanzas.

Hablóse allí de principios,

de posturas reaccionarias

de los derechos humanos

y falta de democracia.

De lo divino y lo humano

todo el mundo allí hablaba.

Llevaban así tres horas

y el personal se cansaba,

hasta que un profesor dijo:

“A ver cuántas le quedaban

al mozo que, por el título,

la disputa originara.”


“Quedábanle seis”, responden.

“Pues yo, que doy Matemáticas,

que las tiene muy suspensas,

ahora están aprobadas

y solo cinco le quedan...”


Y la de Francés que estaba

mohína y entristecida,

a punto de echar las lágrimas,

dijo con voz melancólica,

mortecina y apagada:

“Ponle aprobado en Francés.”


“Que apruebe también la Plástica.”

(Sonó la voz del artista,

que tenía enormes ganas

de acabar las discusiones

e irse a pintar a casa).


“Pues yo, para no ser menos,

le apruebo Cultura Clásica.”

Y aprueba que te aprueba,

el typex se chorreaba,

sumergiendo los suspensos

bajo una pátina blanca.

El tutor, los suficientes,

prestamente rotulaba:

“Iván Peláez Borrego:

¡Quédanle dos, luego pasa!”