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viernes, 12 de julio de 2013

Certamen Iberoamericano de las Artes

El cuadro de Mariola
Mi amiga Mariola acaba de estrenar cuadro. Estaba tan entusiasmada que para que lo viera le hizo una foto y me lo enseñó al día siguiente, cuando volvimos a quedar. Aunque ella no ha sido la modelo que inspiró la pintura, al verlo se encontró plenamente reflejada en aquella impresión. La cara alargada, la melena corta, los labios elocuente y sabiamente pintados, lo llamativo del colorido...unos trazos que recuerdan a Modigliani y a Picasso combinando un estilo muy personal ¿No te parece fantástico? Sí, a mi también me gustaba, y después de varias miradas del móvil a su rostro y de su rostro al móvil estuve de acuerdo en que ese cuadro tenía mucho de ella.

Mientras comíamos en "La Catedral", en la Carrera de San Jerónimo -recomendado- y después de hacer un largo repaso a las incidencias de final de curso que las dos habíamos padecido, pasamos al tema cuadros. Mariola tiene un buen amigo, médico, a quien le gusta pintar. Exponía un cuadro titulado "El Rapto de Europa"  en el Certamen Iberoamericano de las Artes. A ella, ahora de visita por Madrid, le hacía mucha ilusión echar una ojeada al lugar y, a decir verdad, nos quedaba de paso hacia El Prado para ver la exposición "La Belleza Encerrada".


Llegar a la Plaza de las Cortes resultó un tanto desolador. Contemplar aquellos andamios del demonio que mantenían ocultos los leones custodios del Congreso echaba bastante para atrás. Unos cuantos policías merodeaban por el lugar, lo que en este caso resultó una ventaja ya que, mientras Mariola había decidido buscar caminando el número 11 en que se ubicaba la Organización Médica Colegial, yo me acerqué a una pareja de policías que, diligentemente, me indicaron la puerta que tenía delante de mis narices. Tengo que explicar que Mariola es muy de planos y mapas, mientras que para mí el mejor mapa es preguntar. También podría hablar sobre los destinos a los que hemos llegado Mariola y yo por seguir un mapa, aunque si tengo que atenerme a los hechos, lo que a nosotras nos pierde es la conversación, y de ahí a perder la ruta solo hay un paso.


Al llegar a la enorme y pesada puerta de madera del número 11 coincidimos con dos hombres y una mujer que, muy amablemente, nos preguntaron si íbamos al Simposio. Dijimos que no - de lo que al momento me sentí bastante arrepentida- en esa insistencia nuestra por negarlo todo y les aclaramos que éramos de otro gremio y que lo que nos había llevado hasta allí era la exposición de la tercera planta. Muy amablemente nos animaron a verla y juntos nos acercamos hasta los ascensores, donde se bifurcaron nuestros caminos.


Ya en la tercera planta, una inspección rápida nos llevó hacia el salón de actos y otras dos salas de reuniones donde estaban expuestas las pinturas, esculturas, dibujos y fotografías de aquellos médicos artistas. En el salón de actos así como en la mesa de una de las salas había folios y bolígrafos esperando el momento de ser útiles para alguien. Mariola se fijó en que había un boli por taco de folios. Aquellas obras serían testigo silencioso de lo que allí se tratase durante un tiempo. Aprovechando que teníamos lo necesario para escribir, Mariola tomó nota de los títulos de las obras a las que tirábamos fotos. Deambulando de una sala a otra, pero sin alejarnos mucho una de la otra, nos llamábamos cuando encontrábamos algo que captaba especialmente nuestra atención para contrastar pareceres. En una de estas idas y venidas, Mariola encontró el interruptor de la luz, una alegría, dicho sea de paso.


El salón de actos estaba flanqueado por dos cuadros con tonos azules: a la izquierda, una mujer; a la derecha, un barco hundiéndose. Ya que estaba todo tan bien dispuesto nos pusimos en la tesitura de tener que dar una conferencia improvisada en ese entorno tan peculiar.


Encantadas de la vida, ajenas a todo, nos movimos por aquel acogedor espacio durante largo rato. Aquel momento y lugar era nuestro y la contemplación de las obras adquiría rango de total exclusividad mientras, curiosas, comentábamos la temática de los trabajos de aquellos artífices artistas cuyo medio de vida no era el arte, precisamente, aunque podría serlo.

Mariola y yo hicimos nuestra selección particular. Cada obra es de su autor, las fotos, nuestras.

El Rapto de Europa


La Mujer Azul
Veneciana en Carnaval
Bodegón Literario
Alfonso XII
Desde el Laboratorio

Un par de esculturas:

Anorexia ante el Espejo
No estoy sola cuando pienso en ti
Y ninguna fotografía porque no se apreciaría la belleza que nosotras observamos. Nuestras fotos de fotos son realmente malas.

Nuestra enhorabuena a todos los participantes en el Certamen, tienen mucho arte, y por mi parte, decirle a Mariola que es una pirata total, si no a ver cómo se explica que se vea tan reflejada en ese cuadro.

jueves, 13 de octubre de 2011

Breaking bars

Me incluyo entre los que, no sé por qué, lamentaron la muerte de Steve Jobs. Sentí como que perdía algo. Se ha hablado mucho de él estos días, se le ha llamado gurú, visionario, se le ha reconocido su contribución a la tecnología de calidad y al trabajo bien hecho. Incluso se ha dicho que más que su inteligencia su valor residía en haber sabido rodearse de un grupo de gente cuya colaboración conjunta era lo que había conducido a hacer sus sueños realidad. Hay quien dice que sus formas no siempre fueron correctas hacia sus colaboradores y no dudaba en rechazar propuestas que ni se dignaba a considerar si no coincidían con lo que tenía en mente. Me asombró verle presentar un nuevo producto tan solo unos meses antes de su muerte con ese aspecto frágil al que la enfermedad le había llevado. Se mantuvo ahí hasta el final, supongo que, porque la ilusión por lo que hacía, era más fuerte que la enfermedad, porque no podía evitarlo.

Igual, precisamente, porque lamenté su muerte, cuando llegué a clase ese día, a mis alumnos de 1º de ESO, entre los que se encuentran futuros jueces, periodistas, pediatras, médicos, astronautas, antropólogos, actores y más, les mandé como deberes “to google Steve Jobs Stanford speech”, un discurso que alguien me recomendó escuchar hace tiempo porque sabía que me iba a gustar. Debían escuchar el discurso en inglés con subtítulos y seleccionar algo que él hubiera dicho que les hubiera llamado la atención para ponerlo en común en clase, debían apañarse para encontrar una cita breve y traerla en inglés.

Quizás una de las cosas que me atrae de Steve Jobs es su perseverancia inmutable hacia un objetivo, su capacidad de visualizar claramente su sueño hasta darle forma, por eso les mandé esos deberes a mis alumnos, porque conozco, en parte, sus sueños. Y también porque les gusta que les cuente cosas en inglés, porque se cansan, y porque, con toda sensatez, cuando les pregunté que qué esperaban de mí, una de sus respuestas fue “que les enseñara muchas cosas” y cuando les dije si querían pedirme algo, entre la variedad de respuestas encontré “pocos deberes” y “paciencia”.

Pero hay algo más, si sentí la muerte de Steve Jobs es porque me siento en deuda. En mis manos he tenido algo creado por él – el Ipad2- que me ha conducido a otro hombre a quien admiro mucho más: Michael S. Hart (1947-2011). Nos dejó en septiembre y, cosas de la vida, su muerte no ha tenido tanta trascendencia mediática pese a lo impresionante de su legado, que no se compra con dinero. Si Steve Jobs era capaz de crear la necesidad en el individuo – y futuro cliente- de poseer un nuevo producto a través de la funcionalidad, el diseño y la sofisticación hasta elevar a niveles excepcionales la competitividad de una empresa privada, el sueño de Michael S. Hart, filántropo creador del e-book y fundador del Proyecto Gutenberg, se propuso una meta alejada de cualquier planteamiento mercantilista, en concreto, hacer accesible a cualquiera que tenga un ordenador la ingente cantidad de libros de dominio público con el objetivo de que todo el mundo pudiera acceder a la cultura y el conocimiento de forma gratuita. La invención del e-book significaba algo más que la creación de un artefacto tecnológico, era un instrumento efectivo y eficiente para la distribución sin límites de la literatura, porque Hart sabía que la literatura y las ideas que en ella se expresan generan nuevas oportunidades.

No sólo llama la atención la dimensión del proyecto, que a día de hoy es muy vasto, sino también el funcionamiento interno que permite su crecimiento, día a día, libro a libro, en diferentes formatos, para que llegue a todos. La base fundamental es el espíritu colaborativo, que conforma una empresa de carácter altruista cuyo motor es la voluntariedad de sus participantes. Colaboración y organización hacen que el entramado funcione y se extienda. Por poner un ejemplo, a la hora de hacer un audio-book, se organiza por partes, como mínimo por capítulos, procurando que la misma persona lea, al menos, un capítulo entero, con el fin de evitar variaciones en la voz dentro del mismo libro. Se establecen plazos para el trabajo y cuando, por cualquier circunstancia, no se pueden cumplir, se comunica al coordinador, para que lo libere y pueda ser asumido por otra persona.

Abundan los estudiantes, cuya participación fluctúa dependiendo de la época del año. Ellos mismos muestran interés por determinado libro, e incluso algunos hacen auténticos trabajos de investigación, como buscar y seleccionar aquellos libros que se encuadran dentro de la misma temática. Se ve muy buena voluntad y sobre todo mucho entusiasmo. A mí misma me parece una idea muy atractiva.

Respecto a la vida de Hart, sus padres, ambos profesores de la Universidad de Illinois, siempre le animaron a buscar la verdad y a cuestionar la autoridad. Él siempre se jactó de ser una persona poco razonable. Una de sus citas favoritas, atribuida a Bernard Shaw, resume su enfoque sobre la vida:

“Reasonable people adapt themselves to the world. Unreasonable people attempt to adapt the world to themselves. All progress, therefore, depends on unreasonable people”

En julio de 2011 dijo que mucha gente todavía no es consciente de que los e-books son la primera cosa que podemos tener en la medida que queramos, aparte del aire.

Una cita dedicada a los que se dedicaban a poner la literatura a disposición de todo el mundo y en especial de los niños:

Learning is its own reward. Nothing I can say is better than that.

(Aprender es una recompense en sí misma. No puedo decir nada mejor)

Ambos, ellos, los dos, me gustan, me han aportado algo, los tengo presentes, a uno en el Ipad al otro en el e-book.

Próximos deberes para mis niños: Michael Hart.

http://www.gutenberg.org/wiki/Main_Page