sábado, 21 de mayo de 2016

¡Cuidado con las mancuernas!


Leo en La Revista del Bienestar de El País, número 23, los cuatro pasos de "una rutina para atacar la flaccidez". (Todos los pasos incluyen dibujito esclarecedor).
Paso 1. Integrado de hombro y biceps: bla, bla, bla.
Paso 2. Elevación lateral: bla, bla, bla.
Paso 3. Concentrado simultáneo: bla, bla, bla.
Paso 4. Extensión de codos tras la nuca. De pie, coja las pesas y levante los brazos, rectos, por encima de su cabeza. Flexione los codos llevando las pesas detrás de la cabeza y vuelva a estirarlos. Hágalo despacio y tenga cuidado de no golpearse con las mancuernas.

Digo yo, así puesto, ¿qué sentido tiene llegar al paso 4 si podemos darnos con las mancuernas? Lo mejor sería quedarnos en el paso 3 que, hasta ahí, parece, digo parece porque seguimos con las mancuernas en las manos, que la cosa es bastante segura. Además, llegar al paso 4, en el caso de que te golpees, como dice el ejercicio, con las mancuernas, da al traste con todo lo logrado anteriormente y lo que se presumía una actividad saludable para el cuerpo y la mente se puede volver contra el cuerpo y, sobre todo, contra la mente. Porque no estamos hablando de atizarnos en la tibia o el peroné. Huy, ahora mismo me suena como catalán, no sé por qué, El Peroné, como a playa. Perdón, que me desvío, decía que las mancuernas las estamos aireando por todo lo alto con las dos manos. Y digo bien, sí, alto y claro, con las dos manos,  lo que aumenta la probabilidad de que el evento suceda. Habrá que reconocer que después del tremendo esfuerzo de los pasos 1, 2 y 3 mencionados más arriba, es de libro que uno llegue al 4, al menos, cansado. Y si no te lo hubieran advertido igual te plantas en el paso 4 sin pena ni gloria, es decir, como el que pasa por el desayuno, comida, merienda y cena sin comerlo ni beberlo, pero como se te pase por la cabeza,  sí, por esa cabeza que en el paso 4 tendrías bajo las mancuernas, que la cena se te puede indigestar, puedes dar la noche por perdida.
¡Y entonces qué! Pues cada cual sabrá. He ahí el dilema, como diría Shakespeare: si cenar o dejarlo en merendar.